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((**Es3.179**) San Luis o alguna de sus virtudes. Un secretario se encargaba de levantar el acta, dejando constancia de las deliberaciones y haciendo un resumen de las palabras del Director o del conferenciante extraordinario. Así se continuó y todavía se continúa. Por aquellos días el joven Francisco Picca, alumno del colegio de los Jesuitas, sito donde ahora está el Museo de Antigüedades, ((**It3.221**)) como tenía mucha influencia entre los compañeros, se llevó quince de ellos a Valdocco, los presentó a don Bosco y los hizo inscribirse en la Compañía. Desde aquel momento ayudaron por algún tiempo a los catequistas del Oratorio, con permiso de sus superiores, que les dispensaron de asistir a la Congregación de los domingos. Mientras tanto, don Bosco maduraba la puesta en práctica de otro medio para la santificación de algunos de sus jóvenes: los santos Ejercicios Espirituales. Los alumnos internos eran apenas cuatro o cinco; a ellos especialmente tenía en cuenta, pero sin olvidar a los mayores que frecuentaban el Oratorio festivo, de entre los cuales había preparado e invitado a algunos para hacer un retiro espiritual de siete u ocho días. Las dificultades eran grandes, por falta de habitaciones donde retirarse, por la dificultad de una asistencia continua, que toda había de cargar sobre él, por la índole inquieta de los jóvenes, que no comprenderían la importancia del silencio y del recogimiento, por el ruido continuo de los vecinos y de la gente que afluía a casa Pinardi, por el trastorno que ocasionarían a sus padres y a sus amos y por los gastos notables que debería realizar. Aun cuando su cocina carecía hasta de los cacharros más necesarios, estaba dispuesto a proporcionarles la comida del mediodía para evitarles la ida a sus casas y la distracción consiguiente. Sin embargo, no aguardó a proporcionar aquel bien a sus muchachos hasta tenerlo todo instalado, porque estaba persuadido de la verdad del aforismo: lo óptimo es enemigo de lo bueno. Y quiso principiar los Ejercicios aquel mismo año 1847. La Divina Providencia le mandó el predicador en la persona del teólogo Federico Albert, capellán de Palacio, que fue elocuente predicador apostólico y murió con fama de santo en el 1876, siendo Vicario Parroquial en Lanzo. Don Bosco ((**It3.222**)) contaba su primer encuentro con él y recordaba cómo, desde aquel momento, se hizo su cooperador y siguió relacionándose con él, aunque, debido a otras ocupaciones, ya no podía ir al Oratorio. He aquí las palabras de don Bosco: <(**Es3.179**))
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