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don Bosco a los muchachos, y lo tenía agarrado de
la mano; cuando se quedaron solos le dijo:
->>Quisieras quedarte conmigo?
-Encantado; pero, >>qué tendré que hacer?
-Lo que hacen los demás que tengo en casa..., y
otras cosas que te iré diciendo...; estarás
contento. Hablaremos con tu hermano Carlos y
haremos lo que más convenga, si Dios quiere.
Y el hermano, que hacía siete años asistía
asiduamente al Oratorio, accedió a la propuesta de
don Bosco. José empezó a alojarse en el Oratorio,
pero siguió trabajando en su oficio de albañil en
la ciudad.
Estos primeros jóvenes fueron pocos; el celo
iluminado de don Bosco ponía siempre en práctica
el adagio Festina lente (despacio, que voy
deprisa). Era enemigo de las precipitaciones y
solía repetir que éstas conducen a pasos falsos:
pero, cuando empezaba una obra, la continuaba con
firmeza y sin descanso. Había destinado para
dormitorios dos estancias contiguas, en cada una
((**It3.212**)) de las
cuales apenas cabían cuatro camas; colocó en ellas
un crucifijo, un cuadrito de María Santísima y un
cartel que decía: íDios te ve! No impuso
reglamento alguno. Las normas diarias de El Joven
Cristiano y los avisos que daba cada noche
bastaban por el momento. Su primera exhortación
fue ésta:
-Un válido apoyo para vosotros, hijos míos, es
la devoción a María Santísima. Ella os asegura
que, si sois devotos suyos, además de colmaros de
bendiciones en este mundo, con su patrocinio,
tendréis el Paraíso en la otra vida. Estad, por
tanto, totalmente seguros de que todas las gracias
que pidáis a esta buena Madre os serán concedidas,
con tal de que no pidáis nada que os pueda hacer
daño. Tres gracias, particularmente, debéis
pedirle con vivas instancias: no cometer ningún
pecado mortal en
vuestra vida; conservar la santa y preciosa virtud
de la pureza; estar lejos y huir de los malos
compañeros. Para alcanzar estas tres gracias
rezaremos todos los días tres avemarías y un
gloria Patri, repitiendo por tres veces la
jaculatoria: Madre querida, Virgen María, haced
que yo salve el alma mía.
En tanto, en el Oratorio todas las mañanas,
temprano, se recitaban en común las oraciones y la
tercera parte del rosario, mientras don Bosco
celebraba la santa misa. Desde entonces, ni un
solo día se dejó en Valdocco de alabar a Dios con
el rosario y el santo sacrificio de la misa, pese
al ambiente contrario que se iba formando en aquel
entonces contra estas diarias prácticas de piedad.
Cuando don Bosco se tenía que ausentar de Turín lo
sustituía en el altar algún invitado,
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