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Oratorio. Al llegar a la avenida de San Máximo,
hoy Regina Margarita, se encontró con un pobre
muchacho de unos doce años, que con la cabeza
apoyada contra el tronco de un olmo, lloraba sin
consuelo. El amigo de la juventud se le acercó:
->>Qué tienes, hijo mío?; le preguntó; >>por
qué lloras?
-Lloro, respondió el pobrecillo a duras penas y
entre sollozos, lloro porque todos me han
abandonado. Mi padre murió antes de que yo pudiera
conocerlo; mi madre, que tanto me cuidaba y tanto
me quería, se murió ayer y hace poco se la han
llevado a enterrar.
Y así diciendo rompió a llorar más amargamente.
Movía a compasión.
->>Dónde has dormido esta noche?
-Todavía he dormido en la casa alquilada; pero
hoy, como debía el alquiler, el casero se apoderó
de lo poco que teníamos y, apenas sacaron el
cadáver de mi madre, echó la llave al cuarto y yo
me he quedado huérfano y sin nada.
-Y ahora, >>adónde vas a ir?, >>qué piensas
hacer?
-No sé qué hacer ni adónde ir. Necesito comer
para no morir de hambre y necesito un sitio donde
cobijarme para no caer en la deshonra.
->>Quieres venir conmigo? Yo te ayudaré.
-Sí; pero >>quién es usted?
-Ya sabrás quién soy; por ahora te baste saber
que quiero ser tu fiel amigo.
Y diciendo esto, invitó al muchacho a seguirlo
y poco después lo ponía en manos de su madre
Margarita, diciéndole:
-He aquí el segundo hijo que Dios nos manda:
cuídelo y prepárele otra cama. ((**It3.211**))
Como el chico era de una familia de clase
media, en otro tiempo acomodada pero venida a
menos, fue colocado de dependiente en un comercio.
Gracias a su talento despierto y a una fidelidad a
toda prueba, a los veinte años ya se había ganado
una posición honrosa y lucrativa. Llegó a ser
padre de familia, se conservó siempre buen
católico y honrado ciudadano y quedó ligado para
siempre con el lugar y el hombre que lo recogió,
instruyó y educó.
A estos dos se añadieron otros; pero aquel año,
por falta de local, don Bosco se conformó con
siete, los cuales, con su buena conducta, colmaron
su corazón de alegría y satisfacciones, y se animó
a proseguir su atrevida empresa. Se encontraba
entre ellos José Buzzetti, que de siempre se le
pudo considerar como de casa Valdocco; tal era su
familiaridad con don Bosco. Al atardecer de un
domingo, despedía
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