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fracasaba la buena voluntad del que había sido
encargado por Dios para ello.
Era una noche del mes de mayo, bastante tarde.
Llovía a cántaros. Don Bosco y su madre habían
acabado de cenar. Llama a la puerta un muchacho de
quince años, mojado de pies a cabeza, pidiendo pan
y albergue. Alguien, que conocía el Oratorio, lo
enviaba, o mejor, la Divina Providencia, que
quería iniciar aquella misma noche el asilo-hogar
de San Francisco de Sales.
La buena mamá Margarita lo acogió con todo
cariño en la cocina, lo sentó junto al fuego; y
después de haberse secado y calentado, le presentó
un plato de sopa humeante y pan.
Una vez repuesto, preguntóle don Bosco de dónde
venía, si vivían sus padres y de qué trabajaba. El
respondió:
-Soy un pobre huérfano, llegado hace poco de
Valsesia, en busca de trabajo. Trabajo de peón
albañil. Tenía tres liras, pero me las he gastado
antes de ganar más; no me queda nada y no conozco
a nadie.
->>Has hecho la primera comunión?
-Aún no me han admitido.
->>Te has confirmado?
-Todavía no.
->>Has ido ya a confesarte?
((**It3.208**)) -Sí,
alguna vez, cuando vivía mi madre.
->>Y ahora, adónde vas a ir?
-No sé; le pido por caridad que me dejen pasar
la noche en un rincón de esta casa.
Y se echó a llorar. La piadosa Margarita, que
tenía un corazón de madre tierna, también lloraba.
Don Bosco estaba muy conmovido. Después de unos
instantes, siguió diciendo:
-Si yo supiera que no eres un ladronzuelo, te
ayudaría; pero hubo otros que se me llevaron parte
de las mantas y tú me vas a llevar las que me
quedan.
-No, señor, esté usted tranquilo; soy pobre,
pero no he robado nunca nada.
-Si quieres, preguntó a don Bosco su madre, yo
lo prepararé para que pase esta noche y mañana
Dios dirá.
->>En dónde quiere ponerlo?
-Aquí en mismo, en la cocina.
->>Y si se nos llevase los pucheros?
-Ya me las arreglaré yo para que eso no ocurra.
-Haga como quiera; yo estoy contentísimo.
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