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-íNo!
-Pues entonces volved de nuevo y decidle en mi
nombre que tenga la bondad de examinaros.
Volvieron los muchachos. No estaba el párroco y
se encontraron en la sacristía con un empleado de
la parroquia, a quien repitieron su petición en
nombre de don Bosco. El sacristán se los quedó
mirando de pies a cabeza. Eran todos crecidos y
algunos ya se afeitaban.
->>Cómo?, exclamó con ironía; íqué extraño!,
>>aún tenéis que hacer la primera comunión? >>Los
chiquitos éstos? íLo habéis dejado para muy tarde,
a lo que parece! íNo está mal!
Y continuó por este estilo.
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Aquellos pobres muchachos, que habían hecho un
esfuerzo para sujetarse a presentarse a examen,
volvieron a don Bosco avergonzados y humillados,
protestando que no querían saber más de exámenes.
Entonces se presentó don Bosco al Arzobispo
para exponerle la situación. Monseñor se tomó
tiempo para reflexionar y prometió contestarle por
escrito. Mientras tanto don Bosco, al acabar la
semana de Pasión, anunció en el Oratorio que,
durante la Semana Santa, se haría un triduo de
predicación en los días y horas que él juzgó eran
lo más cómodo para sus muchachos. La voz de don
Bosco, del teólogo Borel y de otros santos
sacerdotes no cesó de enfervorizar en esta semana,
durante años y años a aquellos grupos que se
preparaban para recibir dignamente el pan de los
ángeles.
Pero como el número de los que acudían a
confesarse era superior a todo lo imaginable, don
Bosco les señaló días distintos para cumplir con
sus deberes religiosos. El lunes santo por la
mañana empezaban las confesiones de los más
pequeños, que aún no habían sido admitidos a la
sagrada comunión. Recomendaba a los confesores por
él invitados, que trataran a éstos con mucha
paciencia y caridad; que les inspiraran gran
confianza para conseguir de ellos una acusación
sincera; que infundieran en sus corazones un santo
horror al pecado, ya que también ellos eran
capaces de ofender a Dios; que les inspirasen
verdadero dolor de sus pecados; y, por cuanto
fuese posible, no los despidieran sin darles la
absolución.
Para los que debían recibir la primera
comunión, si eran muchos, fijaba un día distinto
para ellos solos.
No tenía en cuenta la edad, ni ciertas
costumbres; cuando sabían distinguir entre pan y
pan y estaban suficientemente preparados, los
hacía comulgar. Tenía prisa de que Jesús tomara a
tiempo posesión
(**Es3.159**))
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