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((**Es3.149**) martes por la tarde y don Bosco y el teólogo Borel dieron en la capilla un instrucción amenísima en forma de diálogo, que despertó la hilaridad de aquellos sus buenos hijos. La bendición con el Santísimo Sacramento cerró las funciones religiosas. Algún año después quiso don Bosco que se cantaran también las vísperas. A continuación se reanudaban los divertidos juegos, hasta muy tarde. El juego preferido de aquel día era la piñata. Imagínese el lector una olla colgada de un cordel, llena de frutas, dulces u otras chucherías y alguna vez de agua, nabos y patatas; a un muchacho con los ojos vendados y un palo en la mano, rodeado de sus compañeros, que va girando, buscando la forma de romperla. Vocean los compañeros: íadelante!, íatrás!, ía la derecha!, ía la izquierda! Unos dicen sí, otros gritan no. El pobrecito, sin saber a quién hacer caso, se para, avanza, hasta que, entre tantas voces se forma un criterio de mayor o menor probabilidad, de encontrarse a tiro: se planta, calcula y, por fin, lanza un golpe con toda su fuerza. Las más de las veces da a ((**It3.181**)) cincuenta metros de distancia de la olla; otras, más o menos cerca; rara vez da en ella. Todos ríen a su costa cuando yerra; cuando acierta, se tiran a gatas y se afanan para agarrar algo del maná caído, cuando no reciben el chasco de una ducha de agua. El que acierta canta su victoria y recibe una rodaja de salchichón o una chuchería cualquiera. Se quita además enseguida la venda y se afana para ver si alcanza algo del botín. A la olla rota, le sucede otra y se renueva la diversión. Muchas veces, en los años siguientes, se hacía un muñeco de paja, que representaba el carnaval, se le llevaba hasta el medio del patio sobre unas parihuelas improvisadas, entre las aclamaciones y el griterío de los muchachos que llegaba a las estrellas, y se terminaba quemándolo en la hoguera. El miércoles de ceniza se comenzaba a preparar el catecismo cuaresmal. Don Bosco deseaba que cada clase no tuviera más de diez o doce alumnos, así que eran necesarios numerosos catequistas, y, si éstos faltaban, había que ingeniarse para buscar sustitutos. A cada uno se le daba una hoja o un cuadernillo donde anotar a los alumnos y señalar día por día la calificación obtenida por su conducta y aprovechamiento. Era una seria preocupación la preparación de sitio y bancos para las clases. El primer domingo de cuaresma se clasificaba a los alumnos por edad y por saber. Estaba establecido que, si en una clase caía un muchacho mayor pero ignorante en religión, había que llevarlo (**Es3.149**))
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