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martes por la tarde y don Bosco y el teólogo Borel
dieron en la capilla un instrucción amenísima en
forma de diálogo, que despertó la hilaridad de
aquellos sus buenos hijos. La bendición con el
Santísimo Sacramento cerró las funciones
religiosas. Algún año después quiso don Bosco que
se cantaran también las vísperas. A continuación
se reanudaban los divertidos juegos, hasta muy
tarde.
El juego preferido de aquel día era la piñata.
Imagínese el lector una olla colgada de un cordel,
llena de frutas, dulces u otras chucherías y
alguna vez de agua, nabos y patatas; a un muchacho
con los ojos vendados y un palo en la mano,
rodeado de sus compañeros, que va girando,
buscando la forma de romperla. Vocean los
compañeros: íadelante!, íatrás!, ía la derecha!,
ía la izquierda! Unos dicen sí, otros gritan no.
El pobrecito, sin saber a quién hacer caso, se
para, avanza, hasta que, entre tantas
voces se forma un criterio de mayor o menor
probabilidad, de encontrarse a tiro: se planta,
calcula y, por fin, lanza un golpe con toda su
fuerza. Las más de las veces da a ((**It3.181**))
cincuenta metros de distancia de la olla; otras,
más o menos cerca; rara vez da en ella. Todos ríen
a su costa cuando yerra; cuando acierta, se tiran
a gatas y se afanan para agarrar algo del maná
caído, cuando no reciben el chasco de una ducha de
agua. El que acierta canta su victoria y recibe
una rodaja de salchichón o una chuchería
cualquiera. Se quita además enseguida la venda y
se afana para ver si alcanza algo del botín. A la
olla rota, le sucede otra y se renueva la
diversión. Muchas veces, en los años siguientes,
se hacía un muñeco de paja, que representaba el
carnaval, se le llevaba hasta el medio del patio
sobre unas parihuelas improvisadas, entre las
aclamaciones y el griterío de los muchachos que
llegaba a las estrellas, y se terminaba quemándolo
en la hoguera.
El miércoles de ceniza se comenzaba a preparar
el catecismo cuaresmal. Don Bosco deseaba que cada
clase no tuviera más de diez o doce alumnos, así
que eran necesarios numerosos catequistas, y, si
éstos faltaban, había que ingeniarse para buscar
sustitutos. A cada uno se le daba una hoja o un
cuadernillo donde anotar a los alumnos y señalar
día por día la calificación obtenida por su
conducta y aprovechamiento. Era una seria
preocupación la preparación de sitio y bancos para
las clases.
El primer domingo de cuaresma se clasificaba a
los alumnos por edad y por saber. Estaba
establecido que, si en una clase caía un muchacho
mayor pero ignorante en religión, había que
llevarlo
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