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((**Es3.146**) Así que don Bosco no descansaba un instante ni entre semana; sólo cambiaba de ocupación, de cualquier género que ella fuese: estaba siempre dispuesto a escribir cartas, opúsculos, confesar y predicar. Y en cualquier reunión que se hiciese, lo mismo para muchos que para pocos, pronunciaba su discursito varias veces al día, sobre las verdades de la fe o sobre la práctica de la moral católica. Si salía a predicar fuera de Turín, a su vuelta le aguardaba un alegre recibimiento. Los muchachos del Oratorio se informaban de la hora de su llegada. Iban a esperarlo al puente del Po o al puente de Moscú. Iban varias decenas. Apenas asomaban los caballos del ómnibus, estallaban los saludos con un formidable: íviva don Bosco! Corrían todos a su encuentro y rodeaban su coche. El cochero montaba en cólera, gritaba a los muchachos, los amenazaba con el látigo, les dedicaba los <> más sonoros, pero era inútil: los muchachos seguían corriendo y gritando y así entraban en Turín. La gente se paraba al ver ((**It3.178**)) aquella turba de muchachos alegres y jadeantes, mientras don Bosco sacaba la mano por la ventanilla y los iba saludando por su nombre. Cuando finalmente se paraba el coche, se agolpaban tanto los muchachos ante la portezuela que los viajeros no podían descender. El cochero saltaba del pescante para abrir paso, propinando pescozones a diestra y siniestra. Don Bosco, que ya había salido, le decía: -íPobre chiquitos! íSon amigos míos, sabe usted! ->>Y tiene usted esta clase de amigos? Se ve que no los conoce: son unos bribones, unos granujas, unos gandules. íFuera de aquí! Todos, entre tanto, se apretujaban en derredor de don Bosco para besarle la mano y acompañarle, mientras el cochero se encogía de hombros y se retiraba barbotando. Un hecho más todavía. Era la tarde del día de Difuntos de 1853. Volvían los muchachos internos del camposanto. Don Bosco se había quedado un poco atrás. Cuando he aquí que los limpiabotas, vendedores de cerillas y limpiachimeneas, esparcidos por la plaza de Manuel Filiberto, al verlo, dieron un grito, corrieron a su encuentro, lo rodearon y atronaron el aire con miles de vivas. Don Bosco sonriente se detuvo. Los internos acortaron el paso y contemplaban la conmovedora escena. Estaba entre ellos el jovencito Juan Francesia. La gente se agolpaba. Los centinelas del cuartel vecino dudaban si tocar al arma. Salen más soldados a (**Es3.146**))
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