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pidiendo una instancia, y esto desde 1847 a 1870.
También dirigía peticiones de ayuda a las familias
más ilustres y generosas de Turín. De este modo
fueron millares y millares los que lograron ser
atendidos y alcanzar lo que pedían, así que el
Oratorio adquiría por aquellos contornos gran
popularidad. Don Bosco preguntaba a los que
recurrían a él, si tenían hijos y, en caso
afirmativo, les daba oportunos consejos para su
bien y les hacía prometer que los enviarían al
catecismo.
También atendía a los muchachos que llegaban a
Turín para perfeccionarse en algún arte,
recomendados por amigos de la provincia.
((**It3.175**)) Carlos
Tomatis, hoy profesor de dibujo en la Real Escuela
Técnica de Fossano, estudiaba en 1847 pintura y
modelado con el profesor Boglioni. Un día se le
presentó don Bosco, preguntóle su nombre y el
pueblo de procedencia y le interrogó en qué
condiciones se encontraba. Tomatis le respondió
cortésmente, y a su vez le preguntó:
->>Y, usted, quién es?
Soy el jefe de los pilluelos (biricchini) -dijo
don Bosco-; vivo en Valdocco; ven a verme el
domingo y nos divertiremos.
Don Bosco había ido en busca de Tomatis porque
se lo había recomendado el teólogo Bosco, profesor
en el seminario de Fossano. El buen muchacho, al
domingo siguiente a este encuentro, por él
esperado con viva impaciencia, corrió en Valdocco.
Encontró aquello atestado de muchachos, en su
mayoría aprendices. Y a partir de aquel día iba a
pasar todas las fiestas del año en el Oratorio con
don Bosco y también muchas veces entre semana.
El primer jueves que entró, vio, con sorpresa,
un gran número de estudiantes. En efecto, los
jueves por la tarde era el Oratorio el lugar de
cita de muchos escolares de los colegios de Turín,
que iban a entretenerse con don Bosco y divertirse
alegremente toda la tarde hasta bien entrada la
noche, pues ponía a su disposición todos los
juegos y aparatos de gimnasia. Don Bosco estaba
siempre en medio de ellos y, con las mismas
industrias con que atraía al Señor los hijos del
pueblo, conducía al bien a los hijos de las
familias burguesas y se los ganaba con el mismo
afecto. Conocía a muchos de ellos por haberles
enseñado catecismo en las escuelas de la ciudad y
otros eran llevados por sus compañeros.
No agotaba ciertamente sus fuerzas físicas como
los domingos, porque aquellos muchachos tenían más
educación, cultura e ingenio, pero se cansaba
mucho ((**It3.176**))
mentalmente. Continuamente
(**Es3.144**))
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