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En tanto había salido a la calle la esposa del
tendero, que llevaba la bondad pintada en la cara.
->>Es usted don Bosco?, le preguntó.-Déjate de
exigencias, dijo a su esposo, que don Bosco no
tiene dineros para tirar.
->>Y tengo que aguantarme esta pérdida?,
respondió el tendero.
La señora calló. A la mañana siguiente se
presentaba en el Oratorio y le decía a don Bosco:
-Espero que otra vez nuestro Carlitos no querrá
atravesar los cristales como un duende. Tenga el
dinero para que no se perjudique al pagar a mi
marido. No diga quién se lo ha dado. No voy a
permitir que el buen corazón de un niño y la
caridad de don Bosco, que debe atender a tantos
muchachos, sufran por una inadvertencia. Ruegue
por mí para que el Señor me bendiga.
Pasaba don Bosco otra vez con el párroco de
Castelnuovo, el teólogo Cinzano, cerca de la
puerta de la iglesia de San Lorenzo. Apoyados
contra el muro, calentándose al sol de primavera,
estaban unos limpiabotas y unos limpiachimeneas de
((**It3.171**)) unos
doce o trece años. Unos limpiabotas, al verlo,
exclamó:
-íDon Bosco!, venga conmigo, quiero limpiarle
los zapatos.
-Gracias, amigo mío, pero ahora no tengo
tiempo.
-íSe los limpio en un instante!
-Otra vez será, ahora tengo prisa.
-Mire que yo se los limpio sin cobrar nada.
Quiero tener el honor y el gusto de hacerle este
servicio.
A este punto un limpiachimeneas le interrumpió
bruscamente:
-Deja pasar a la gente por la calle.
-íVaya! Yo hablo con quien me da la gana.
->>Pero no ves que tiene prisa?
-íA ti qué te importa! Yo conozco a don Bosco,
>>sabes?
-También yo lo conozco.
-Pero yo soy su amigo.
-Y yo también.
-Pero yo le quiero más que tú.
-Eso no, yo le quiero más.
-íMás yo!
-íYo más!
->>Te quieres callar, sí o no?
-No y no; yo quiero hablar.
-A que te rompo los morros...
->>Tú?, ípruébalo!
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