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((**Es3.14**) para los Municipios y desaprobaban los movimientos clamorosos preparados por los Conjurados. Pero otros del mismo partido no eran tan leales como éstos. La educación, las malas lecturas, la ambición y el no tascar el freno les hacían desear un gobierno constitucional, muerto antes de nacer en 1821, no tanto por amor a la libertad, cuanto por escalar los puestos más elevados del poder y gozar del monopolio de los intereses nacionales. No rechazaban las maquinaciones secretas y los tumultos, con tal de alcanzar su fin. En efecto, ya que no podían obtener nada por sí solos, se habían unido a los sectarios, los cuales, aunque pocos todavía, eran muy astutos y les habían prometido su ayuda. En contrapartida, sin embargo, quisieron y obtuvieron la seguridad de que el Estado se colcaría en las vías del progreso moderno, rompiendo sus relaciones con la Santa Sede y acabando con la inmunidad y otros derechos eclesiásticos. Pero escondían sus últimas aspiraciones, esto es, su idea republicana. Pronto aparecieron escritores sagaces y disimulados que, con formas suaves y engañosas, buscaron cómo conducir a los católicos a la revolución y disfrazar con atuendos religiosos las doctrinas sectarias para seducir a los incautos; y mientras, a lo mejor, asaltaban ((**It3.3**)) las instituciones de la Iglesia para hacer odiar el clero, señalaban y alababan hipócritamente a la misma religión como fuente e instrumento de amor patrio. Sin embargo, esta alizanza no podía innovar nada en el Piamonte sin el consemiento de Carlos Alberto, a quien amaba el pueblo y prestaba fidelidad el ejército. El, por su parte, era celosísimo y de inmutables propósitos en todo lo que tocaba a las prerrogativas de la corona y a las pertenencias de la Religión. Los liberales habían llegado ya a ganarse el ánimo del Rey, tal como hemos narrado, y le aconsejaban secretamente, aprobaban su proyecto de fundar un reino italiano, pero no era eso lo único que ellos habían ideado. Querían servirse de él como de arma y bandera contra todos los príncipes de Italia, y especialmente contra el Romano Pontífice, mientras el Rey de la Casa de Saboya, enemigo de la supremacía austríaca, planeaba unir a sus dominios solamente Parma, Piacenza, Módena, Reggio, Lombardía y Venecia. El pretendía con esta conquista formar un baluarte para defender el Papado que, según declaraba, defendería hasta el último instante. Por otra parte, los liberales habían podido obtener la gran ventaja de disminuir en la corte la influencia de los conservadores(**Es3.14**))
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