((**Es3.134**)
Era la primera vez que se acercaba a don Bosco.
Con voz bastante fuerte, de modo que todos podían
oírle, empezó a contar sus debilidades que no eran
pocas ni chicas. En vano le indicaba don Bosco que
hablara más bajo e intentaba amortiguar su voz con
un pañuelo. Los compañeros más cercanos le tocaban
diciéndole: <<íHabla más bajo!>>. Pero él, sin
hacer caso a ninguno, seguía como antes y, sin
variar de voz, de cuando en cuando daba con el pie
a los que le importunaban.
Los jóvenes, tuvieron que taparse las orejas
con los dedos para no oír.
Cuando recibió la absolución, besó la mano de
don Bosco con un estallido de labios tan
vehemente, que hizo sonreír a muchos. Después se
levantó para retirarse del confesionario y, al
volverse, su semblante tenía una expresión de paz,
de humildad y alegría sorprendentes. Buscaba
abrirse paso entre la compacta multitud que, de
una y otra parte, no hacía más que repetirle:
-<<>>Por qué hablabas tan alto? Todos se han
enterado de tus pecados>>. El mozo se paró,
extendió los brazos y, con un candor singular,
exclamó: -<<>>Y qué me importa a mí que lo hayáis
oído? Los he cometido, es verdad, pero el Señor me
los ha perdonado. De aquí en adelante seré bueno.
Eso es>>. Y, apartándose, se arrodilló y se quedó
inmóvil por una buena media hora dando gracias.
El mismo don Bosco, en sus últimos años,
recordaba con gran complacencia los hechos
narrados anteriormente, y nos decía a nosotros,
que escuchábamos con vivo interés:
-<((**It3.162**)) que
cualquier cosa que les hubiera dicho, la habrían
hecho. Decía a alguno:
>>->>Cuándo vendrás a confesarte?
>>-Cuando quiera, aunque sea todos los
domingos.
>>-No, sólo deseo que vengas cada dos o tres
domingos.
>>-Está bien, lo haré.
>>Y yo continuaba:
>>->>Por qué quieres venir a confesarte?
>>-Para ponerme en gracia de Dios.
>>-Esto es lo que importa, sobre todo; pero
>>sólo por eso?
>>Y me respondía:
(**Es3.134**))
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