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tranquilos como si estuvieran lejos de todo
bullicio, atentos sólo a lo que iban a decir: a la
brevísima admonición que don Bosco les hacía,
veíase en su cara cómo se habían compenetrado y,
recibida la absolución, se retiraban silenciosos a
un rincón a cumplir la penitencia. Casa se veía la
gracia del Señor extendiendo sus alas
misericordiosas sobre don Bosco y sus niños. No
tardaron mucho tiempo los chiquillos en adquirir
mejor compostura, si bien no faltaban otras
dificultades que don Bosco debía superar.
Narraremos una entre otras.
((**It3.156**)) Don
Bosco recibía con bondad a todos, aunque fueran
rudos, ignorantes, despreocupados, poco
dispuestos, y encontraba la manera de ganarlos
para Dios. El mismo decía de cierta clase de
muchachos: <>Has desayunado esta mañana?
-Sí, respondió sonriendo.
->>Con buen apetito?
-Sí.
->>Cuántos hermanos tienes?
Y cosas semejantes. Después seguían
respondiendo a las preguntas que les hacía para
conocer el estado de su alma y continuaban
exponiendo con facilidad sus cosas>>.
No es éste el lugar para exponer las industrias
de que se valía para que sus penitentes se
confesaran bien. Lo veremos en el curso de estas
Memorias. Ahora solamente hablaremos de la
multitud de penitentes que lo habían elegido para
confesor.
Muchísimas veces confesaba los sábados durante
diez y doce horas seguidas. Y aquellos muchachos,
antes tan indomables y llenos de vitalidad,
aguardaban pacientemente ((**It3.157**)) su
turno para dejar limpia su conciencia. Ocurría con
frecuencia que eran ya las once de la noche, y
hasta las doce, y don Bosco se adormecía
(**Es3.130**))
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