((**Es3.13**)((**It3.1**))
CAPITULO I
LA INDEPENDENCIA DE LA PATRIA TAN DESEADA POR LOS
ITALIANOS - LOS LIBERALES - TAIMADA LABOR DE LAS
SECTAS COSMOPOLITAS
A comienzos de 1847 había una universal
expectación de novedades políticas. Libros,
opúsculos y folletos, encendidos de amor patrio,
proclamaban la necesidad de romper el yugo
extranjero que pesaba sobre las mejores provincias
italianas, y de hacer una confederación de los
distinto Estados de la península para conquistar y
defender la propia independencia. Estas
aspiraciones no ofendían por sí mismas a la
religión ni a la moral; como respondían a un deseo
latente en todos los corazones, fueron la razón de
que muchos, de todo orden y condición, secundaran
el movimiento que se llamaba nacional. Silvio
Péllico, con su novela Mis prisiones, ingenua y
sin rencores, había despertado y mantenía vivo en
el corazón de la juventud italiana un fermento de
odio
inextinguible contra Austria.
Mientras tanto, los entonces designados con el
nombre de liberales, aprovechándose de la
excitación de los ánimos, empujaban ((**It3.2**)) a los
pueblos, al socaire de las grandes palabras
Religión y Patria, para predisponerlo de mil modos
a los sucesos que iban preparando. El cambio de
forma de gobierno era el primer desarrollo de sus
ideales.
Muchos de ellos eran gente honesta, adeptos a
su soberano y procedían de buena fe, aun cuando
sintiesen fervor por alguna idea no del todo recta
y exenta de error; se profesaban cristianos y
ciertamente lo eran, porque el liberalismo todavía
no se había presentado como un sistema contra la
Iglesia Católica, la Fe y el Decálogo del Señor.
Ellos, por el bien de los pueblos, pedían
instituciones políticas, fundadas en principios de
una libertad más sana y más amplia, una autonomía
mayor de las autoridades centrales(**Es3.13**))
<Anterior: 2. 438><Siguiente: 3. 14>