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En efecto, aquella escuela incipiente y aquella
pobre espineta debían ((**It3.151**))
producir más tarde músicos de notable capacidad,
muchos organistas de valía y centenares de
escuelas que alcanzaron fama; la autoridad
municipal de Turín asignó a don Bosco un premio de
mil liras por su eficaz promoción de la música
vocal e instrumental. De estas y otras ocasiones
por el estilo, tomaba pie don Bosco para
recomendar a los jóvenes respeto, reconocimiento y
obediencia a los que gobernaban la ciudad, y sus
palabras producían buenos resultados.
Pero él aún no estaba satisfecho con todo esto;
soñaba con grandes masas de voces, no a modo de
concierto musical, sino como espontánea expresión
de la oración y de los himnos del pueblo fiel.
Quería el canto litúrgico genuino y no ejecutado a
la buena. -Así, decía él, los fieles encontrarán
en la iglesia aquel atractivo del que dejaron
escritas tantas cosas hermosas los antiguos,
especialmente San Agustín-. Más tarde repetía
centenares de veces que su mayor satisfacción era
oír una misa en canto gregoriano en la iglesia de
María Auxiliadora, cantada por todos los alumnos,
con casi mil voces divididas en dos coros. Esto
era para él el non plus ultra de lo sublime.
Por esto, los sábados por la tarde, a partir
del 1848, como no había en dicho día las clases de
costumbre, dividía a los chicos en dos secciones.
La primera se entretenía en leer los salmos de las
vísperas especialmente, hasta no equivocarse en la
pronunciación y en el sentido. La segunda la
componían los que, como ya sabían leer
correctamente los salmos, aprendían el canto de
las antífonas para el domingo siguiente. Es de
advertir que los alumnos eran todos aprendices.
Cuando ya tuvo un buen número de muchachos
internos, les hacía aprender el canto gregoriano
durante los primeros meses del año escolástico.
Todos los nuevos que entraban durante ((**It3.152**)) las
vacaciones, se dedicaban a aprender solfeo; los
otros, aprendían los salmos, las antífonas y las
misas. Era, además, su deseo y su intención que
los muchachos ayudaran al Párroco en el canto de
las funciones sagradas, al volver a sus casas.
Sobre todo porque veía que, poco a poco, el
respeto humano y la ignorancia acabarían con los
coros parroquiales de la iglesia. Quería que se
iniciaran en la música vocal los jóvenes sólo
después de haberse ejercitado en el canto
gregoriano. Tenemos por testigos de todo lo
expuesto en este capítulo a don Miguel Rúa, a
monseñor Juan Cagliero y mil más.
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