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y quiso continuar esta costumbre durante muchos
años.
El entusiasmo de los cantores, con los cuales
había resuelto la necesidad del momento, le animó,
al cabo de algunos meses, a organizar una escuela
preparatoria al frente de la cual colocaba al
joven Santiago Bellia. Don Bosco no se conformaba
con hacer cantar, quería se enseñara a cantar. El
mobiliario de la escuela no podía competir con el
de sus émulos. Servía de atril una silla, colocada
sobre una mesita adosada a la pared. Sobre ella
ponía unos cartelones con los primeros ejercicios
de música que él mismo había escrito, imitando las
letras de imprenta. El teólogo Nasi y don Miguel
Angel Chiatellino iban, cuando podían, a dar
algunas lecciones, diríase que de
perfeccionamiento, a los que don Bosco consideraba
que daban mejores esperanzas.
((**It3.150**)) Corrió
por la ciudad la noticia de aquellas lecciones.
Como era la primera vez que se daban clases
públicas de música y tan numerosas, y que se
enseñaba canta a muchos alumnos a la vez, hubo una
enorme afluencia de curiosos. Don Bosco dejó
escrito: <>, puesto que
yo no sabía la millonésima parte de lo que sabían
aquellas celebridades y hacía de maestro en medio
de ellos. Claro que ellos no venían a recibir de
mí lecciones, sino a observar cómo era el nuevo
método, diría simultáneo, que es el mismo que se
usa todavía en
nuestras Casas. En los tiempos pasados todo el que
deseaba aprender música vocal, debía buscarse un
maestro al que le diese lecciones individualmente.
Cuando tales alumnos estaban suficientemente
instruídos, se unían, formaban los coros y, bajo
la dirección de un hábil director, cantaban en
teatros o iglesias>>.
Aquellos experimentados profesores admiraban el
silencio, el orden y la atención de los alumnos;
las industrias de que se valía don Bosco para
enseñar a los muchachos una música que, si no era
clásica, tenía sin embargo sus dificultades, y
cómo lograba que modulasen las voces al pasar de
tono; cómo calculaba la extensión de las mismas y
les adiestraba a cantar de soprano, sin que los
muchachos se cansaran ni sufriera quebranto su
salud. Aseguraban ellos que en esto habían
aprendido no poco de don Bosco. Y siguieron
después su ejemplo y su método. El, en tanto,
demostraba estar a la altura de su cometido y ser
capaz, por sí solo o ayudado por otros, de llegar
más allá de cuanto se podía prever.
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