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consigo la carpeta de una misa que él había
compuesto. Era organista en aquella iglesia el
célebre maestro Bodoira. Don Bosco le preguntó,
con misteriosa sonrisa, si podría acompañar el
canto, dado que la misa era totalmente nueva.
-<>, respondió un poco molesto el
maestro Bodoira, acostumbrado a interpretar
magistralmente, a primera vista, cualquier
partitura, por díficil que fuera. Y no quiso ni
dar un vistazo a la que don Bosco le presentaba.
Llega el momento de la misa, abre el cuaderno
de la música, da una ojeada, menea la cabeza e
intenta tocar. Todos los cantores están
desentonados.
->>Pero quién entiende esto? >>Qué clave es
ésta? Ya está bien, exclama, y tomando el
sombrero, baja del coro y desaparece.
Don Bosco que había previsto la retirada, se
sienta al órgano y con gran maestría acompaña la
misa hasta el final sin que los cantores fallaran
una sola nota. Las hermosas voces, el devoto
continente y las caras que respiraban fe e
inocencia ganaban el corazón del pueblo.
Cuando bajaron los cantores a la sacristía,
recibieron mil parabienes por su canto, lo mismo
que elogiaron al organista, creídos los religiosos
que había sido el maestro Bodoira. Las alabanzas
fueron para don Bosco, que tan bien había
acompañado, y tanto más sinceras cuanto menos
sospechosas eran. Nos contó este episodio ((**It3.149**)) un
distinguido doctor en letras, que fue alumno del
Oratorio en los primeros tiempos.
En tanto, don Bosco, que tenía el alma y la
fantasía llenas de armonías celestiales y un
exquisito sentido musical, enjuiciaba bromeando el
valor de sus obras maestras que, por la caridad
que las inspiraba y el humilde concepto que de sí
mismo tenía el autor, bien podían decorarse con la
inscripción <> (Te cantaré a la vista de los ángeles).
Casi en broma y con medios insuficientes, al igual
que todas sus demás empresas, fundaba la Escuela
de Música que, sabiamente conducida, debía prestar
esplendor y decoro al culto divino y proporcionar
un medio magnífico de educación moral e
intelectual a sus alumnos. El cultivo de la música
sería para siempre uno de los distintivos de sus
Casas, por él tenido como elemento necesario para
la vida de las mismas.
Desde entonces, para demostrar el aprecio que
tenía por la música, al llegar la fiesta de Santa
Cecilia invitaba a comer a su mesa a cinco o seis
cantores, los mejores por conducta y habilidad,
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