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Reunió entonces don Bosco unos cincuenta
muchachos que tenían buena voz, inteligencia
despierta y oído fino. Hizo aprender a algunos
unos ejercicios de intervalos y escalas; otros
pocos, que pertenecían a la antigua escuela, de la
que ya hemos hablado, estaban acostumbrados, por
la práctica, a su método, adaptado únicamente a
ellos y al estilo musical de don Bosco; la
mayoría, sin embargo, nunca había cantado e
ignoraba por completo los primeros elementos de
este nobilísimo arte.
Pero don Bosco, que deseaba a toda costa
celebrar las fiestas con los cantos de sus
muchachos, no se desanimó a la vista del largo
tiempo que precisaba para que aprendiesen de oído
y retuviesen en la memoria los motivos musicales.
De acuerdo con su ignorancia y la necesidad, y
como no encontraba músicas fáciles, compuso una
misa y un Tantum ergo, y otros salmos de vísperas
para añadir al repertorio por él compuesto en los
años anteriores, como ya hemos dicho. Sacaba sus
armonias, con alguna
modificación, de las ((**It3.146**))
canciones religiosas que los jóvenes ya sabían, y
añadiéndoles algunas notas de introducción o para
final. Mezclaba trozos de canto gregoriano,
tomados del antifonario y del gradual, que le
parecían más majestuosos y devotos, haciendo
ligeras modificaciones o acordes. Algunos motivos
sencillos eran de su invención, especialmente en
los solos.
Este trabajo suyo, aunque parezca tan
insignificante como para no tenerlo en cuenta,
era, sin embargo, y lo decimos con franqueza, un
principio lejano de las reformas de la música
sagrada, por él vivamente deseada. En efecto,
había muchos maestros, poco instruídos y poco
amigos del estudio, que siguiendo la corriente de
los tiempos, escribían a troche y moche el Kyrie,
el Gloria, el Credo y las otras partes cantanbles
de la misa, uniendo coros y solos de óperas
teatrales. Lo mismo hacían para las Vísperas; y se
oía cantar el Tantum ergo y el Genitori con el
motivo de <>.1 Palabras
sagradas y música profana. Don Bosco no podía
sufrir esta especie de sacrilegio.
El se sentaba a la espineta, colocaba ante sí
en orden a sus novicios cantores, tocaba una y
otra vez la melodía del canto, la cantaba él mismo
y se la hacía repetir a su coro, hasta que la
aprendían. Pero la clase marchaba a duras penas,
puesto que como los alumnos eran obreros, no
siempre podían asistir.
Al llegar la víspera de una fiesta, distribuía
a cada uno la parte que debía ejecutar y aquí se
ponía de nuevo a prueba la longanimidad
1 Debía ser una melodía popular profana. (N.
del T.)
(**Es3.123**))
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