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amenos, cuadritos, crucifijos, medallas, juguetes
diversos, y un par de zapatos o un corte de traje
para los más ejemplares. La extracción de números
estaba tan bien organizada, que el premio era a
elección; y así, el que salía premiado, ganaba el
premio correspondiente a su asistencia y a su
buena conducta. Además casi todos los meses,
preparaba otras loterías menos solemnes, pero no
menos atrayentes. Era un trabajo lento escribir
seiscientos números sobre otros tantos billetes,
distribuir uno por uno a cada muchacho; repetir
todas estas cifras en papeletas sueltas, doblarlas
convenientemente y colocarlas en una bolsita;
anotarlas todas, finalmente, en un registro; e
indicar, al lado de cada número, el premio
asignado. Don Bosco, desde la barandilla de
delante de su habitación o subido sobre una silla
adosada a la pared de la iglesia, explicaba las
condiciones de la lotería, agitaba la bolsita y,
despacio, despacio, para prolongar la diversión
cuanto podía, extraía los números y los proclamaba
en alta voz. Los muchachos se estrujaban en el
patio, con los ojos fijos en don Bosco y en
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papeleta que tenían en la mano. A veces no
llegaban los premios para todos, y varias decenas
de ellos se quedaban con las manos vacías; por eso
la ansiedad les tenía en vilo todo el tiempo,
esperando ser de los afortunados. Pero, casi
siempre, estaban ordenadas las cosas de tal modo
que a cada muchacho le tocaba alguna cosilla y
entonces la curiosidad los mantenía todavía más en
suspenso, imaginando qué premio les saldría. Sobre
la mesa había unas corbatas, un sombrero, una
gorra, una chaqueta, una torta, fruta, dulces y
otras cosas que hacían más ameno aquel pasatiempo.
Las risas y los aplausos estallaban con fragor
cuando el pregonero anunciaba los premios
correspondientes a ciertos números.
-íUna patata cocida! íuna zanahoria, una
cebolla, un nabo, una castaña!
El que salía premiado no dejaba de presentarse
a recibir el magnífico regalo.
A veces el premio era colectivo, esto es:
varios jóvenes ganaban con sus billetes un premio
que debían repartirlo entre ellos. Por ejemplo,
una gran torta para diez; una botella de cerveza
se debía repartir entre cuatro; dos panes, dos
porciones de salchichón o de queso y una botella
de vino correspondían a cinco números y formaban
un sólo lote. Pero el prmer afortunado debía
esperar a que la suerte indicara los otros cuatro
compañeros con los que iba luego a merendar,
repartiéndose a partes iguales lo que les había
tocado. La formación de estos grupos, hijos del
capricho
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