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de todos los muchachos; la capilla se convertía
para ellos en un paraíso; su devoción resplandecía
con más brillo y era más atrayente a los ojos de
los que les contemplaban. La felicidad de don
Bosco llegaba al colmo al persuadirse de que todos
estaban en gracia de Dios y al verlos acercarse a
la sagrada comunión por largo tiempo, hilera tras
hilera.
Por la tarde, después de la Bendición, don
Bosco encontraba siempre nuevos modos para
divertir a sus muchachos y juegos reservados
únicamente para las grandes solemnidades. A la
turba de oratorianos se añadían numerosos
bienhechores e ((**It3.139**))
invitados. Don Bosco rodeaba todo esto de un
aparato especial, disponiendo un sitio de honor
para los personajes más insignes. El presidía y
los pacificadores estaban en el patio, cerca, y
dispuestos a remediar cualquier inconveniente. Un
conjunto musical, de amigos externos, dejaba oír
sus notas de vez en cuando. Comenzaba la carrera
de sacos con una merienda por premio para el
primero o primeros en llegar a la meta, o bien el
rompimiento de las ollas llenas de chucherías. En
la extremidad de una modesta cucaña esperaban
colgados los objetos que serían alcanzados por los
que llegaran a aquella altura para adueñarse de
ellos. También se jugaba al <>
(tobogán invertido) juego consistente en un plano
inclinado untado de jabón, mas sin
peligro alguno: empresa nada fácil, que despertaba
viva hilaridad por los esfuerzos que muchos hacían
para ascender, mientras su propio peso les hacía
resbalar. No faltaban las luminarias de las
ventanas y del patio, el lanzamiento de globos
aerostáticos y los fuegos artificiales.
Muchas veces el mismo don Bosco se ponía el
delantal y delante de la mesita preparada al
efecto, hacía juegos de prestigio con la antigua
destreza de sus manos. Hacía salir de los
cubiletes toda suerte de pelotas grandes y
pequeñas y mil otras cosas que llenaban de asombro
a los espectadores. Hacía que aparecieran objetos
en los bolsillos ajenos, adivinaba las cartas que
otro tenía en su mano. Poseía tal fuerza en los
dedos, que cuando estaba en medio de sus
muchachos, pedía huesos de albaricoques y los
partía sólo con las manos. Si se encontraba entre
personas que poseían dinero, pedía prestada una
moneda y cuando la tenía en sus manos, decía al
dueño:
-íPero mire que se la devolveré hecha pedazos!
-Bueno, le respondían. Miraban con curiosidad
los que le ((**It3.140**))
rodeaban, tomaba él la moneda con cuatro dedos y
la partía de un golpe. Estos ejercicios y juegos
de prestidigitación siguió
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