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aún cuando estas comuniones se repetían por lo
menos una vez al mes, por uno u otro motivo. No se
conformaba con el número de comuniones; por cuanto
de él dependia, se esforzaba con toda su alma para
impedir que ni una sola de ellas fuera un
sacrílego ultraje a Nuestro Señor Jesucristo. En
cuanto a la confesión, repetía lo que había
escrito en el autógrafo más arriba citado: <>. Y en
cuanto a la sagrada comunión, siempre afloraban a
sus labios algunas máximas que los alumnos de
aquel tiempo nos repitieron textualmente: << Antes
de acercaros a recibir el adorable Cuerpo de
Jesucristo, debéis reflexionar si está vuestro
corazón con las debidas disposiciones. Sabed que
el hijo que, después de haber pecado, no quiere
enmendarse, esto es, quiere ofender nuevamente a
Dios, aunque se haya confesado, no es digno de
acercarse a la Mesa del Salvador; y, comulgando,
en vez de enriquecerse de gracias, se hace más
culpable y digno de mayor castigo. Por el
contrario, si os habéis confesado con propósito
firme y eficaz de enmienda, acercaos también a
recibir el pan de los ángeles y proporcionaréis un
gran placer a ((**It3.138**)) Nuestro
Señor Jesucristo. El mismo, cuando andaba visible
por esta tierra, demostraba predilección especial
por los niños devotos e inocentes, pero invitaba a
todos a seguirlo diciendo: -íDejad que estos niños
vengan a Mí, y no se lo impidáis!- y les daba su
bendición. Escuchad, pues, su amorosa invitación y
venid a recibir no sólo su bendición, sino a El
mismo en persona>>.
El fruto consolador de sus exhortaciones eran
las confesiones sin número que le tocaba atender.
Estas fiestas imponían a don Bosco nuevas
preocupaciones. Pensaba en todo, proveía a todo y
atendía a todo: adornar la capilla, enseñar a los
cantores, ensayar las ceremonias a los
monaguillos, pedir prestados en el Refugio los
ornamentos sagrados que le faltaban, preparar en
la sacristía todo lo necesario para las sagradas
funciones, imprimir programas, invitar
personalmente o por escrito a los bienhechores,
elegir al Prior, encontrar sacerdotes para la misa
solemne y predicador para el panegírico, buscar
limosnas para pagar los gastos, preparar desayuno
para los muchachos, que se distribuía a todos,
también a los que no comulgaban. (Los que sean
conocedores de los Oratorios Festivos, añadan lo
que yo omito).
A los cuidados de don Bosco correspondía el
orden y la alegría
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