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con sus perversos discursos. San Luis había
adquirido tal ascendiente sobre sus compañeros
que, lo mismo viejos que jóvenes, cuando él
aparecía, no se atrevían a soltar una palabra
menos honesta. Por lo demás, si alguna vez, a
pesar de todas las precauciones, os encontrarais
en peligro de ofender a Dios, huid, abandonad
aquel lugar, aquella casa, aquel trabajo, aquel
taller; soportad cualquier mal del mundo antes de
permanecer en esos lugares y tratar con personas
que ponen en peligro la
salvación de vuestra alma. Estad seguros de que
Dios y la Virgen Santísima no os abandonarán.
También don Bosco se empeñará en ayudaros con
todas sus fuerzas y siempre hallará pan y trabajo
para sus amados hijos>>.
Con cierta frecuencia les anunciaba que para
que sus recreos fueran más amenos y divertidos,
haría juegos de prestidigitación, o distribuiría
medallas, estampas, libritos, haría loterías de
premios sacados a la suerte, desayunos, meriendas,
músicas vocales e instrumentales y también regalos
de prendas de vestir, conseguidas de los
bienhechores, con tal de que estuvieran atentos en
la iglesia y aprendieran. Y como todos sabían por
experiencia que don Bosco cumplía su palabra,
quedaban embelesados de
alegría.
Después de una jornada, transcurrida en medio
de tantas ocupaciones y con el poco alimento que
había tomado, don Bosco no podía casi moverse. Los
jóvenes aprendices que eran los últimos en
marcharse, porque los estudiantes se marchaban
antes a sus casas, le decían a menudo:
-Acompáñenos hasta fuera.
((**It3.133**)) -No
puedo, respondía don Bosco.
-Dé unos pasos con nosotros.
Y tanto y tanto le rogaban, que salía. En
cuanto andaba el espacio como de un tiro de
piedra, hacía ademán de volverse atrás, pero los
muchachos, que no sabían separarse de él,
gritaban:
-Un poco más; venga con nosotros hasta aquellos
árboles.
Y don Bosco, pacientemente, les complacía. Al
llegar al sitio indicado, se paraba y los
trescientos o más muchachos, pequeños y grandes,
formaban corona en su derredor y le instaban para
que les contase un cuento. Don Bosco se excusaba,
diciendo:
-Basta ya, dejadme ir a casa, estoy muy
cansado.
-No, no, respondían. Entonaremos una canción;
usted descanse mientras tanto y después nos cuenta
un ejemplo bonito.
-Mirad que no puedo más.
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