((**Es3.106**)
Los jóvenes ((**It3.124**)) que
estaban en la iglesia, se volvían hacia la puerta
sonrientes y, contentos de la escena que se
preparaba, se ponían en pie para ver mejor.
A lo mejor se adelantaba don Bosco haciéndose
el vendedor y gritaba:
-íTurrones, turrones! >>Quién compra turrones?
Y el predicador dirigiéndose a él desde el
púlpito:
-íEa, tunante, fuera de la iglesia! >>Es ésta
la plaza del mercado?
-íVaya!, yo voy a vender donde hay negocio. He
visto aquí a todos estos muchachos y he pensado
vender aquí mis turrones.
->>Y es éste el respeto que tienes a la casa de
Dios?
Los dos interlocutores hablaban en piamontés
con los pintorescos modismos de este dialecto y, o
bien se seguía el tema comenzado, o bien se
interrumpía para hablar del respeto debido a la
iglesia, de la santificación de las fiestas, del
juego, de la blasfemia, de la confesión.
Los jugadores, que habían entrado en la
iglesia, al oír el inesperado altercado, se
paraban, prestaban atención, reían, acababan por
sentarse, si encontraban sitio, y permanecían
tranquilos hasta el fin del diálogo. El teólogo
Borel y don Bosco, el uno de maestro y el otro de
discípulo, tenían tal destreza y gracia para este
género de predicación que eran capaces de estar
hablando una hora y media, y los muchachos
mostraban disgusto cuando terminaban.
Se cantaban después las letanías. Don Bosco se
quedaba siempre al fondo de la iglesia, en medio
de sus atrapados. Alguno de aquellos muchachos le
decía en voz baja:
->>Cuándo me devuelve el dinero?
Y don Bosco:
-Un momento nada más; espera a que den la
Bendición.
Después los invitaba a salir con él. Los
acompañaba al patio, les devolvía el dinero,
agregaba algún regalo, hacía ((**It3.125**)) que le
prometieran que irían todos los domingos al
Oratorio y que no jugarían más como antes. Les
mostraba los juegos del Oratorio y se separaba de
ellos de tal forma que, encantados de su trato, se
hacían sus amigos. Al domingo siguiente empezaban
a ir al Oratorio.
Acabadas las funciones, daba a los muchachos un
poco de recreo, seguían las clases para los
obreros, antes o después de ponerse el sol, según
la estación. Don Bosco, prestaba su acción
personal
(**Es3.106**))
<Anterior: 3. 105><Siguiente: 3. 107>