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No siempre asistía don Bosco a todas las
funciones. Cuando tenía catequistas para todas las
clases, incluída la del coro, y un predicador
dispuesto para sustituírlo, recorría el amplio
espacio de los alrededores, en busca de ovejas
descarriadas, o sea, de muchachos a quienes no era
fácil hacerles entrar en razón.
Estos, en vez de ir a las parroquias, se
reunían para jugar por los prados, las avenidas y
especialmente bajo los soportales de las casas de
campo. El se acercaba poco a poco a estos grupos y
con aspecto indiferente se quedaba observando el
juego. En el medio, sobre una silla, y más
frecuentemente en el mismo suelo, tenían colocado
un pañuelo que servía de mantel sobre el cual
ponían el dinero de la partida. Jugaban
desesperadamente ((**It3.123**)) a las
cartas: al tresillo, al burro, a la cabra, y
algunos de estos juegos, como por ejemplo la
cabra, estaban prohibidos por las leyes. Había en
el pañuelo de 15 a 20 liras y aún más por jugada.
No era raro el caso en que por cuestiones del
juego se terminara a navajazos.
Don Bosco, pues, se metía en el juego y, a
veces, tomaba parte en él. Pero, cuando veía el
pañuelo, bien cubierto de liras y los jugadores
acalorados echando cartas, rápido como un
relámpago, tomaba el pañuelo por las cuatro puntas
y, envolviendo dinero y cartas se lo llevaba a
todo correr.
Los muchachos sorprendidos se levantaban y
corrían tras él gritando:
-íEl dinero, devuélvanos el dinero!
Pero no podían alcanzar a don Bosco, a quien
pocos podían igualar en la carrera. De cuando en
cuando se volvía hacia ellos y les decía:
-No tengáis miedo; no quiero robaros el dinero;
venid conmigo, corred,
alcanzadme. Os devolveré el dinero y os daré otros
regalos que os gustarán. Venid, corred. Y así, él
corriendo y ellos siguiéndolo, llegaban a la
puerta del Oratorio.
La capilla estaba llena de muchachos. El
teólogo Carpano, o el teólogo Borel estaba
predicando en el púlpito. Pero, al llegar don
Bosco con aquella caterva de golfillos, era
indispensable cambiar de tono y ponerse en plan de
burla. Había que calmar a los jugadores irritados
con la desagradable sorpresa que les habían dado y
atraerlos a la iglesia y retenerlos al sermón.
Entraba don Bosco haciendo el papel de un vendedor
o de un muchacho forzado por su madre a ir a la
iglesia y que le obligaban a quedarse al sermón;
fingía ser un invitado por el Director para ir al
Oratorio; o un buen compañero que conducía a otros
buenos amigos suyos.
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