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la transparencia del alma. Lo rodeaban con alegría
inefable, y les costaba tanto separarse de su
lado, que no sabían decidirse a marchar: casi era
preciso que el mismo don Bosco se los quitase de
encima.
José Buzzetti, y cien más con él, nos contaron
muchas veces que la fisonomía de don Bosco tenía
una expresión simpática, tan bella, tan amable,
tan angelical, que no parecía de este mundo; su
mirada y su sonrisa trasparentaban el encanto de
la santidad que llevaba dentro de ((**It3.117**)) sí.
Cientos de veces se oía repetir a los muchachos
que le rodeaban: <<íParece nuestro Señor!>>, frase
que se les hizo habitual.
Con todo, sería una ilusión creer que la gran
amabilidad de don Bosco fuera tal vez un principio
de debilidad o de defensa. Sabía enfadarse, que
también la ira es instrumento de virtud, pero
nunca fuera de sus límites y sólo cuando se
trataba de un ultraje al honor divino. El mismo
Jesucristo se irritó varias veces contra los
fariseos: Circumspiciens eos cum ira (mirándoles
con ira)1 y la ira bien dominada no se opone a la
virtud de la mansedumbre. En el transcurso de
estas Memorias también veremos brillar en este
aspecto el celo de nuestro querido don Bosco.
1 Mc. III, 5
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