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CAPITULO XII
GRAN LUTO PARA LA IGLESIA EN TURIN -PREVISIONES
DEL VENERABLE COTTOLENGO -PRETENSIONES CONTRA LA
IGLESIA -OTRO LUTO PARA DON BOSCO -CLAUSURA DEL
PRIMER CURSO EN LA RESIDENCIA SACERDOTAL -L0S
EJERCICIOS EN SAN IGNACIO -DE VACACIONES EN
CASTELNUOVO
UN gran luto se esparció por toda la ciudad de
Turín. El venerable Cottolengo, el hombre
suscitado por Dios para socorrer toda suerte de
enfermedades y miserias humanas, expiraba
santamente en Chieri, el 30 de abril.
Unos años antes, conversaba este gran siervo de
Dios con el rey Carlos Alberto en el palacio real,
junto a un ventanal que da sobre la plaza. El
soberano le manifestaba sus temores sobre el
porvenir de la Pequeña Casa. Y le decía:
-Querido Canónigo, que el Señor nos lo guarde;
pero ha pensado ya en su sucesor? Si usted muere,
qué va a ser de su Fundación?
-Majestad, contestó Cottolengo, duda de la
divina Providencia? Ve cómo se cambia allí abajo
el centinela de la puerta? Un soldado cuchichea al
compañero una palabra, se pone éste firme con el
arcabuz al hombro, se marcha el otro y, sin que
nadie se dé cuenta, sigue la guardia y ((**It2.119**)) cumple
perfectamente su deber. Lo mismo sucedería con la
Pequeña Casa. Yo no soy nada: cuando lo quiera la
divina Providencia, dirá una palabra a otro, el
cual vendrá a ocupar mi puesto y hará la guardia.
El día tantas veces predicho y suspirado, en el
que terminaría su guardia para ir al paraíso,
había llegado. El canónigo Anglesio le sucedía
para montar la guardia en la Pequeña Casa que,
según la profecía del santo fundador, extendía sus
edificios hasta el Dora.
Está de más tejer aquí el elogio de un hombre,
que muy pronto será elevado al honor de los
altares y cuya santidad conoce todo el mundo. Pero
no debo callar una frase que soltó pocos días
antes de morir. Era el tercer domingo después de
Pascua: acababa de predicar(**Es2.99**))
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