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dormitorio, entre rayos de luz, a lo largo del
camino. Después desapareció.
Sor Catalina estaba junto a su cama y sonaban
las dos en el reloj.
Las profecías de la Virgen que se iban
cumpliendo, la rápida difusión por centenas de
millares de las medallas, los milagros y
conversiones sin cuento de pecadores obstinados y
la confirmación en la Sede Apostólica, probaron la
verdad de la aparición de María, que fue una
avanzada proclamación de su Concepción Inmaculada.
La noticia de tal suceso y los milagros que
siguieron llenaban por entonces todo el mundo
cristiano. Una nueva aparición en el año 1842 vino
a confirmar la primera. Don Bosco se la contaba a
los muchachos de su Oratorio para animarles a la
devoción y a la confianza en María. Y después la
dejó así escrita en su primer Compendio de
Historia Eclesiástica: <((**It2.116**))
israelitas de Estrasburgo, odiaba profundamente la
religión católica, sobre todo después de haberse
hecho cristiano y consagrado al ministerio
sacerdotal su hermano Teodoro. En un viaje de
recreo a Roma contrajo amistad con el barón de
Bussieres, protestante convertido a la fe
católica. Habiendo éste insistido inútilmente para
que Ratisbona abriera los ojos a la verdad, rogóle
que, al menos, aceptara una medalla de la Virgen
Inmaculada. El israelita, por no mostrarse
descortés, riéndose locamente de las ideas del
Barón, dejó se la pusiera al cuello. Visitaban al
día siguiente la ciudad. Entran en una iglesia, y
como el Barón tenía algo que despachar en el
convento adjunto, ruega al hebreo que le espere
allí un momento.
Vuelve el Barón: busca por un lado y por otro a
Ratisbona y lo ve de rodillas, inmóvil, llorando
en la capilla del Angel Custodio. Le da dos o tres
golpecitos. Y Alfonso, como despertando de un
profundo sueño, deshecho en llanto, saca la
medalla de la Virgen y la besa con ternura, la
estrecha contra su pecho y exclama:
-íLa he visto! íLa he visto!
Pide un sacerdote, suspira por el bautismo y,
en presencia de varias personas, emocionado,
empieza a hablar:
-Estaba yo en la iglesia; de pronto me sentí
presa de una agitación inexplicable. Alcé mis
ojos, no vi muro alguno; una luz cegadora se
esparcía por toda esta capilla. En medio de
radiantes esplendores, de pie sobre el altar,
llena de majestad y de dulzura vi a la Virgen
María, tal y como está en esta medalla. Hízome una
señal con la mano para que me arrodillara y
experimenté que una fuerza irresistible me atraía
hacia Ella y parecía decirme: <<íBien!,(**Es2.97**))
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