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((**Es2.97**) dormitorio, entre rayos de luz, a lo largo del camino. Después desapareció. Sor Catalina estaba junto a su cama y sonaban las dos en el reloj. Las profecías de la Virgen que se iban cumpliendo, la rápida difusión por centenas de millares de las medallas, los milagros y conversiones sin cuento de pecadores obstinados y la confirmación en la Sede Apostólica, probaron la verdad de la aparición de María, que fue una avanzada proclamación de su Concepción Inmaculada. La noticia de tal suceso y los milagros que siguieron llenaban por entonces todo el mundo cristiano. Una nueva aparición en el año 1842 vino a confirmar la primera. Don Bosco se la contaba a los muchachos de su Oratorio para animarles a la devoción y a la confianza en María. Y después la dejó así escrita en su primer Compendio de Historia Eclesiástica: <((**It2.116**)) israelitas de Estrasburgo, odiaba profundamente la religión católica, sobre todo después de haberse hecho cristiano y consagrado al ministerio sacerdotal su hermano Teodoro. En un viaje de recreo a Roma contrajo amistad con el barón de Bussieres, protestante convertido a la fe católica. Habiendo éste insistido inútilmente para que Ratisbona abriera los ojos a la verdad, rogóle que, al menos, aceptara una medalla de la Virgen Inmaculada. El israelita, por no mostrarse descortés, riéndose locamente de las ideas del Barón, dejó se la pusiera al cuello. Visitaban al día siguiente la ciudad. Entran en una iglesia, y como el Barón tenía algo que despachar en el convento adjunto, ruega al hebreo que le espere allí un momento. Vuelve el Barón: busca por un lado y por otro a Ratisbona y lo ve de rodillas, inmóvil, llorando en la capilla del Angel Custodio. Le da dos o tres golpecitos. Y Alfonso, como despertando de un profundo sueño, deshecho en llanto, saca la medalla de la Virgen y la besa con ternura, la estrecha contra su pecho y exclama: -íLa he visto! íLa he visto! Pide un sacerdote, suspira por el bautismo y, en presencia de varias personas, emocionado, empieza a hablar: -Estaba yo en la iglesia; de pronto me sentí presa de una agitación inexplicable. Alcé mis ojos, no vi muro alguno; una luz cegadora se esparcía por toda esta capilla. En medio de radiantes esplendores, de pie sobre el altar, llena de majestad y de dulzura vi a la Virgen María, tal y como está en esta medalla. Hízome una señal con la mano para que me arrodillara y experimenté que una fuerza irresistible me atraía hacia Ella y parecía decirme: <<íBien!,(**Es2.97**))
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