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((**Es2.96**) de la novicia al llegar a la puerta de la capilla, cerrada con llave, y ver que al contacto del dedo de su guía se abría de par en par. Encontró la capilla del todo iluminada como para la Misa del Gallo en Navidad. Al llegar a la balaustrada Labouré se arrodilló. El niño entró en el presbiterio y se quedó en pie al lado izquierdo. íQué largos le parecían a Sor Catalina aquellos momentos de espera! Finalmente, hacia la medianoche, exclama el guía celestial: -íAquí está la Santísima Virgen, mírala! Oye claramente, hacia la derecha de la capilla, un rumor ligerísimo, parecido al roce de un vestido de seda. Aparece una señora de belleza indescriptible, cubierta de un vestido blanco amarillento, con un velo azul, que va a sentarse en el presbiterio a la izquierda del altar. Sor Labouré permanece perpleja, inmóvil, luchando interiormente con la duda. Fue entonces cuando el niño, con voz fuerte y de reproche, preguntó a Sor Labouré ísi la Reina del cielo no podía tomar el aspecto que quisiere para mostrarse a una pobre criatura! Sintió la novicia de repente desaparecer toda duda, y siguiendo el impulso de su corazón, fue a arrojarse a los pies de María Santísima y poner confiadamente las manos juntas sobre sus rodillas, como lo hubiera hecho con su madre. Quién podrá expresar los afectos que experimentó en aquellos instantes la afortunada novicia? Entonces la Santísima Virgen le enseñó cómo debía portarse en las penas que la afligían y, señalando con su izquierda el pie del altar, le mandó que fuera a postrarse allí para desahogar su corazón y recibir los consuelos de que tuviera necesidad. Después, muy afligida y con lágrimas en los ojos, le predijo con todo detalle ((**It2.115**)) la nueva revolución francesa hasta el 1871, las calamidades de todo género que conmoverían al mundo, los insultos con que se trataría a Nuestro Señor Jesucristo, las gracias que se concederían a todos los que las pidiesen, grandes y pequeños; aseguróle que los que tuvieran fe reconocerían su visita y la protección de Dios y le anunció que le daría una misión, a saber: la de acuñar una medalla, según el modelo que le presentaría en una segunda visión, y darla a conocer, por medio de la autoridad eclesiástica, a todo el mundo, prometiendo grandes gracias al que la llevara al cuello. Después de esta conversación, la Santísima Virgen desapareció como una rápida sombra que se desvanece. Sor Catalina se puso en pie, fuera de sí por la inefable fuerza de tantos y tan sublimes afectos. El niño celestial le dijo: -íSe fue! Y colocándose de nuevo a su izquierda, la acompañó hasta el(**Es2.96**))
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