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de la novicia al llegar a la puerta de la capilla,
cerrada con llave, y ver que al contacto del dedo
de su guía se abría de par en par. Encontró la
capilla del todo iluminada como para la Misa del
Gallo en Navidad. Al llegar a la balaustrada
Labouré se arrodilló. El niño entró en el
presbiterio y se quedó en pie al lado izquierdo.
íQué largos le parecían a Sor Catalina aquellos
momentos de espera! Finalmente, hacia la
medianoche, exclama el guía celestial:
-íAquí está la Santísima Virgen, mírala!
Oye claramente, hacia la derecha de la capilla,
un rumor ligerísimo, parecido al roce de un
vestido de seda. Aparece una señora de belleza
indescriptible, cubierta de un vestido blanco
amarillento, con un velo azul, que va a sentarse
en el presbiterio a la izquierda del altar. Sor
Labouré permanece perpleja, inmóvil, luchando
interiormente con la duda. Fue entonces cuando el
niño, con voz fuerte y de reproche, preguntó a Sor
Labouré ísi la Reina del cielo no podía tomar el
aspecto que quisiere para mostrarse a una pobre
criatura!
Sintió la novicia de repente desaparecer toda
duda, y siguiendo el impulso de su corazón, fue a
arrojarse a los pies de María Santísima y poner
confiadamente las manos juntas sobre sus rodillas,
como lo hubiera hecho con su madre. Quién podrá
expresar los afectos que experimentó en aquellos
instantes la afortunada novicia? Entonces la
Santísima Virgen le enseñó cómo debía portarse en
las penas que la afligían y, señalando con su
izquierda el pie del altar, le mandó que fuera a
postrarse allí para desahogar su corazón y recibir
los consuelos de que tuviera necesidad. Después,
muy afligida y con lágrimas en los ojos, le
predijo con todo detalle ((**It2.115**)) la
nueva revolución francesa hasta el 1871, las
calamidades de todo género que conmoverían al
mundo, los insultos con que se trataría a Nuestro
Señor Jesucristo, las gracias que se concederían a
todos los que las pidiesen, grandes y pequeños;
aseguróle que los que tuvieran fe reconocerían su
visita y la protección de Dios y le anunció que le
daría una misión, a saber: la de acuñar una
medalla, según el modelo que le presentaría en una
segunda visión, y darla a conocer, por medio de la
autoridad eclesiástica, a todo el mundo,
prometiendo grandes gracias al que la llevara al
cuello.
Después de esta conversación, la Santísima
Virgen desapareció como una rápida sombra que se
desvanece. Sor Catalina se puso en pie, fuera de
sí por la inefable fuerza de tantos y tan sublimes
afectos. El niño celestial le dijo:
-íSe fue!
Y colocándose de nuevo a su izquierda, la
acompañó hasta el(**Es2.96**))
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