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((**Es2.88**) fuera por lo que fuera, ni uno sólo se adelantaba a confesarse. Qué hacer? >>Allí de la caridad y habilidad de don Cafasso. Se acerca sonriente al que parecía el más grande, el más fornido y robusto de los presos. Sin proferir palabra le agarra con sus diminutas manos por la larga y poblada barba. El preso, creyendo que se trataba de una broma de don Cafasso, le dijo en el tono más fino que puede esperarse de tales individuos: -Agárreme por donde quiera, pero deje en paz mi barba. -No os suelto, hasta que no vengáis a confesaros. -Yo no voy. -Pues yo no os suelto. -Pero... si yo no quiero confesarme. -Decid lo que se os antoje, pero no os escaparéis. No os soltaré hasta que os hayáis confesado. -No estoy preparado. -Ya os prepararé yo. >>Ciertamente, de haber querido, aquel hombrón se hubiera liberado de las manos de don Cafasso con un simple empujón; pero, fuera por respeto a la persona, fuera por efecto de la gracia divina, el hecho es que el preso se rindió y se dejó llevar por don Cafasso a un rincón del dormitorio. Sentóse el venerado sacerdote sobre un jergón y empezó a preparar a su amigo para confesarse. Pero, qué sucedió? Aquel pobre hombre, se conmovió y, entre lágrimas y suspiros, apenas si pudo terminar la declaración de sus culpas. ((**It2.104**)) >>Sucedió entonces algo maravilloso. El que antes rehusaba confesarse entre improperios, iba ahora de uno a otro asegurando no haber sido en su vida tan dichoso como lo era en aquel momento. Tanto hizo y tanto dijo que, al final, todos se decidieron a confesarse. >>Dígase de este hecho, elegido entre mil, que fue un milagro de la gracia o un milagro de la caridad de don Cafasso: hay que reconocer en él la mano del Señor. >>Será bueno hacer notar que, en aquella ocasión, estuvo don Cafasso confesando hasta muy entrada la noche, y como no le habían abierto los cerrojos y las puertas de la cárcel, estaba ya a punto de quedarse a dormir con los presos. Pero, a cierta hora de la noche, entraron los guardianes, armados de fusiles, pistolas y sables a hacer la acostumbrada visita, con luces encendidas en la punta de largas barras de hierro. Iban de un lado para otro mirando por si acaso hubiera agujeros en las paredes, o en el pavimento, como si hubiera de(**Es2.88**))
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