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fuera por lo que fuera, ni uno sólo se adelantaba
a confesarse. Qué hacer?
>>Allí de la caridad y habilidad de don
Cafasso. Se acerca sonriente al que parecía el más
grande, el más fornido y robusto de los presos.
Sin proferir palabra le agarra con sus diminutas
manos por la larga y poblada barba. El preso,
creyendo que se trataba de una broma de don
Cafasso, le dijo en el tono más fino que puede
esperarse de tales individuos:
-Agárreme por donde quiera, pero deje en paz mi
barba.
-No os suelto, hasta que no vengáis a
confesaros.
-Yo no voy.
-Pues yo no os suelto.
-Pero... si yo no quiero confesarme.
-Decid lo que se os antoje, pero no os
escaparéis. No os soltaré hasta que os hayáis
confesado.
-No estoy preparado.
-Ya os prepararé yo.
>>Ciertamente, de haber querido, aquel hombrón
se hubiera liberado de las manos de don Cafasso
con un simple empujón; pero, fuera por respeto a
la persona, fuera por efecto de la gracia divina,
el hecho es que el preso se rindió y se dejó
llevar por don Cafasso a un rincón del dormitorio.
Sentóse el venerado sacerdote sobre un jergón y
empezó a preparar a su amigo para confesarse.
Pero, qué sucedió? Aquel pobre hombre, se conmovió
y, entre lágrimas y suspiros, apenas si pudo
terminar la declaración de sus culpas.
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>>Sucedió entonces algo maravilloso. El que antes
rehusaba confesarse entre improperios, iba ahora
de uno a otro asegurando no haber sido en su vida
tan dichoso como lo era en aquel momento. Tanto
hizo y tanto dijo que, al final, todos se
decidieron a confesarse.
>>Dígase de este hecho, elegido entre mil, que
fue un milagro de la gracia o un milagro de la
caridad de don Cafasso: hay que reconocer en él la
mano del Señor.
>>Será bueno hacer notar que, en aquella
ocasión, estuvo don Cafasso confesando hasta muy
entrada la noche, y como no le habían abierto los
cerrojos y las puertas de la cárcel, estaba ya a
punto de quedarse a dormir con los presos. Pero, a
cierta hora de la noche, entraron los guardianes,
armados de fusiles, pistolas y sables a hacer la
acostumbrada visita, con luces encendidas en la
punta de largas barras de hierro. Iban de un lado
para otro mirando por si acaso hubiera agujeros en
las paredes, o en el pavimento, como si hubiera
de(**Es2.88**))
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