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casa en Turín, prohibiendo a los suyos que nadie
lo viera en adelante. Pero no hicieron caso a su
prohibición.
En efecto, llegó el carnaval. A don Bosco le
gustaba divertir a los demás con sus famosos
juegos de prestidigitación. Se convino con el
Abate Fava para hacer reír a base del gabán de
D.C...
-Qué?, le dijo una tarde el Abate a don Bosco,
durante el recreo, vamos a divertirnos?
-Sí, riamos un poco, dijeron a una el teólogo
Guala y don Cafasso, que estaban de acuerdo con
don Bosco.
-Entonces usted, don Bosco, dijo el Abate,
tiene que hacernos un juego bonito.
-Y qué juego he de hacer?, preguntó don Bosco.
Le recordaron muchos. Don Bosco oía y callaba y
finalmente propuso:
-Pues bien, pedidme lo que queráis y yo lo haré
aparecer a la vista de todos sobre una mesa.
Cada cual puede imaginar las cosas más raras
que le fueron propuestas: uno quería un gato, otro
un pajarito vivo, aquél unos huevos, éste un pollo
asado. En medio del griterío ((**It2.101**)) se oyó
la voz del Abate Fava:
-Que aparezca el gabán de D.C...
Su proposición fue aplaudidísima e hizo olvidar
las demás. Se excusaba don Bosco diciendo que eso
era imposible, pero D.C... se apresuró a gritar:
-Hacedlo, si queréis. Mi gabán está en el
campo, encerrado bajo llave y a ver quién es capaz
de agarrarlo.
Condescendió don Bosco, se procuró una varita
mágica, se ciñó la cintura con una toalla, cantó y
pronunció unas palabras mágicas. Todos reventaban
de risa. Después, como desalentado, aseguró que no
le era posible conseguirlo. Pero, ante las
instancias de todos, repitió los signos
cabalísticos, y exclamó:
-íSilencio! El gabán está en Constantinopla,
pero ílo haremos venir hasta aquí!
Se redoblaban las carcajadas, mientras don
Bosco hacía repetir por todos a coro unas palabras
extrañas, sonoras, incomprensibles.
Mandó, mientras tanto, pusieran en medio del
salón la mesa de uno de los pupilos. Abrió el
cajón e invitó a todos a comprobar que estaba
vacío. Lo cerró, volvió a abrirlo para que todo el
mundo viera que no había trampa, cerró de nuevo y
entregó la llave al teólogo Guala, el cual debía
conservarla en alto a la vista de todos, apuntando
con ella a don Bosco.(**Es2.86**))
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