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Sus afables modales, con los que trataba a la
juventud, eran el reverso de la medalla de los
empleados hasta entonces. Dedicaba a los muchachos
no solamente los días festivos: entre semana, a
las horas de paseo y siempre que podía, de acuerdo
con el Rector, pensaba en ellos. Iba de una a otra
parte por calles y plazas y hasta a los mismos
talleres, invitando a los ((**It2.94**))
aprendices que, abandonados a sí mismos en los
días festivos, suelen gastarse en juegos y
golosinas lo poco que han ganado durante la
semana: y él sabía por experiencia que eso era la
fuente de muchos vicios y la causa de que hasta
los buenos se hicieran unos desgraciados y
peligrosos compañeros para los demás. Tenía muy en
cuenta a los que llegaban de pueblos lejanos y no
conocían iglesias, ni tenían amigos. Cuando sabía
que alguno de ellos no tenía trabajo o estaba con
un amo malo, se preocupaba con solicitud para
encontrarle trabajo y ponerle a las órdenes de un
amo honrado y cristiano. No contento con esto, iba
a diario a visitarlos en el trabajo, en las
tiendas o talleres y dirigía a uno una palabra, a
otro una pregunta, hacía a éste una caricia, daba
un regalito a aquél, dejando en el corazón de
todos una alegría inenarrable. -íYa tenemos uno
que nos quiere! -exclamaban aquellos muchachos-.
Las visitas del buen sacerdote resultaban gratas a
los patronos, los cuales admitían de buen grado a
su servicio muchachos tan paternalmente asistidos
durante los días festivos y aún durante la semana
y que se convertían, gracias a la religión, en
trabajadores cada día más fieles y puntuales.
Estos, además, se aficionaban de tal manera a don
Bosco, que al encontrarse con él se llenaban de
alegría y le saludaban cordialmente y hasta le
ovacionaban.
Sucedió un día que don Bosco se encontró, cerca
del Ayuntamiento, con un chiquillo de su Oratorio,
que volvía de la compra. Llevaba en la mano, entre
otras cosas, un vaso lleno de vinagre y una
botella de aceite. El muchacho, al ver a don
Bosco, se puso a saltar la mar de alegre y a
gritar: -íViva don Bosco!-. Don Bosco riendo le
dijo: -A qué no eres capaz de hacer lo que yo
hago? - y así diciendo, se puso a dar palmadas con
una y otra mano. El muchacho, que ((**It2.95**)) estaba
loco de alegría, se pone la botella bajo el brazo
y grita de nuevo: -íViva don Bosco!, a la par que
empieza a batir palmas. Naturalmente, hacer esto y
caer por tierra vaso, botella y todo lo que
llevaba fue uno. Al ruido de los vidrios rotos
queda aturdido y rompe a llorar, temiendo la
paliza materna que le espera en casa.
-Esto tiene fácil arreglo, le dijo en seguida
don Bosco; ven conmigo.(**Es2.81**))
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