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por vez primera a un hermanito suyo, José, para
que aprendiera el oficio. De tal modo se aficionó
el muchacho a don Bosco y a aquellas reuniones de
los días de fiesta, a las que asistía siempre
ejemplarmente, que ya no quiso volver con su
familia a Caronno Ghiringhello, como solían hacer,
al principiar el invierno, sus hermanos y amigos.
El teólogo Guala y don Cafasso gozaban
inmensamente viendo aquel grupo de muchachos que
aumentaba cada fiesta. Hizo notar don Bosco a don
Cafasso la necesidad que tenía de dinero para
hacerles algún regalillo. Y don Cafasso le
respondió en seguida: -No se preocupe; ya pensaré
yo en ello-. En efecto, lo mismo él que el teólogo
Guala le entregaban folletos, libros, medallas,
crucifijos para premios. Le proporcionaban cortes
de tela para vestir a los más necesitados; daban
de comer a algunos durante varias semanas, hasta
que encontraban trabajo con que ganárselo ellos
mismos. Algunas veces, al terminar el catecismo,
les hacía merendar en el refectorio del Colegio, y
regalaba chaquetas, ((**It2.93**))
chalecos, zapatos, zuecos, camisas y otras prendas
a los más necesitados. Hasta llegó a dar dinero a
don Bosco para comprar lo necesario con que hacer
una lotería. Don Bosco, poco acostumbrado por el
momento, al manejo del dinero, sobre todo de
monedas gordas, no conocía todavía bien su valor.
íPoco imaginaba ciertamente que un día manejaría
cantidades enormes, que le llegarían de todas las
partes del mundo! Un día recibió una moneda de
oro; creyendo que podía valer veinte liras, entró
en un comercio y pidió objetos por valor de un
marengo. 1 Echó la moneda sobre el mostrador y vio
que el comerciante, sin decir palabra, le devolvía
cerca de nueve liras. -Por qué?, preguntó don
Bosco; acaso no le he dado un marengo? -No,
respondió el vendedor; íme ha dado una moneda de
veintiocho liras y media!
En las fiestas, en las que hacían comunión
general, acudían don Guala y don Cafasso a
visitarlos y contarles algún ejemplito, que ellos
esperaban con verdadera ilusión. Cuando don Bosco
tenía que ausentarse, hacían que le supliese algún
otro residente e iban ellos a dar el catecismo.
Pero, por encima de la asiduidad y benevolencia
de los dos sacerdotes, estaba siempre don Bosco
que era el alma del Oratorio, el amigo
incomparable, el padre amoroso de aquellos
muchachos. Era innata en él la predisposición a
ocuparse de los pobrecitos abandonados.
1 Marengo: era una moneda de oro, de a 20 frs.
(N. del T.)(**Es2.80**))
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