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acudir en persona a ejercer aquella obra de
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caridad, se la encargaban a don Bosco, el cual
presidía el reparto y ponía en manos de los
necesitados el dinero que para tal fin le habían
entregado. Por cierto, que no era esta una
ocupación muy agradable. Hacía falta mucha
paciencia, sobre todo las primeras veces, para
mantener el orden, aguantar a los importunos, a
los murmuradores, a los descontentos, y soportar
toda suerte de descortesías e importunidades.
Sucedió en una de esas ocasiones un caso, que pudo
haberse repetido muchas veces, sin una atenta
vigilancia. Estaba don Bosco repartiendo las
limosnas y los pobres puestos en fila. Una
mendiga, que ya había recibido su parte, se volvió
a poner en la cola y llegó de nuevo a don Bosco
con la mano tendida: -íBuena mujer, le dijo don
Bosco, que a usted ya le he dado lo suyo! -Está
usted seguro, señor cura? -respondió la mendiga-,
yo creía que la mano izquierda no sabía lo que ha
hecho la derecha... -Tiene usted razón, exclamó
don Bosco, y le dio, por aquella vez, otra moneda.
De otros piadosos personajes ya se han contado
casos semejantes. Bien puede decirse que nil sub
sole novum: (nada nuevo bajo el sol), pero nos
demuestra cuán admirable era la bondad y la
caridad del corazón de don Bosco.(**Es2.77**))
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