((**Es2.75**)
que hemos hecho mención ((**It2.86**)) más
arriba, que contenían tantos casos de conciencia
resueltos en las clases, los copió y los asimiló
profundamente. De este modo adquirió por entero el
espíritu, la ciencia y la práctica de don Cafasso.
La misma caridad con que acogía a los penitentes,
la misma precisión en los interrogatorios, la
misma brevedad en las confesiones, de modo que, en
pocos minutos, exploraba conciencias
intrincadísimas; la misma concisión de palabras
para excitar al dolor que llegaban al alma y
quedaban inoculadas en él, la misma prudencia para
sugerir remedios. Los que tuvieron la fortuna de
confesarse con él, recuerdan siempre la unción y
la fuerza de sus consejos.
En 1880 conservaba todavía aquellos trataditos
y aquellos cuadernos, testimonio de que, más de
una vez en su ajetreada vida, había vuelto a
repasar esa ciencia tan necesaria al sacerdote. En
efecto, aún en los últimos años de su vida, cuando
tenía que decidir en casos importantísimos y
difíciles, sobre dudas de conciencia intrincadas,
su respuesta se dirigía inmediatamente al nudo de
la cuestión y daba la solución de acuerdo con las
conclusiones de don Cafasso.
Asegura don Miguel Rúa que durante toda su vida
se dedicó al estudio de la Teología Moral, con el
mismo empeño que exigía don Cafasso, el cual solía
decir que no se podía excusar de pecado mortal a
aquel sacerdote confesor, que dejara pasar un año
entero sin repasar algún tratado de Moral. Por
esto llegó él a adquirir tan gran habilidad en
todos los aspectos del sagrado ministerio y a
juzgar y decidir en toda ocasión con toda
exactitud en favor de todo género y condición de
personas, habiendo recibido, además, el don de
Dios de conocer los pecados que los penitentes
callaban por vergüenza, según nos lo han contado
muchos.
Entre tanto, a lo largo de estos estudios,
siguió don Bosco dando pruebas evidentes de su
amor por la bella virtud ((**It2.87**)) de la
castidad y su grandísimo empeño por guardarla
inmaculada. Hasta que el deber no se lo impuso, no
se atrevió a tocar los tratados De Matrimonio y De
Sexto (sobre el Matrimonio y sobre el Sexto
mandamiento) y cuando la necesidad le obligó
experimentó un gran trabajo. Siempre que había de
tratar directa o indirectamente sobre los pecados
contra la pureza, se ruborizaba manifiestamente.
De intento evitaba entrar en cuestión sobre esta
materia y se despachaba hábilmente cuando no podía
evitarlo. Cuando era invitado por el profesor para
hacer el papel del penitente, solía presentar
siempre casos de niños, por la repugnancia que
sentía a tocar temas delicados. Si(**Es2.75**))
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