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Quería se dejaran de lado determinados
argumentos demasiado profanos, más a propósito
para academias literarias que para la iglesia; no
podía tolerar que se trataran los temas sagrados
como hechos puramente humanos, y se defendieran a
base de argumentaciones racionalistas, porque de
este modo, decía, dejan de ser palabra de Dios.
Aconsejaba no entrar en cuestiones disputadas por
los teólogos, dejaba de lado ciertos temas que no
conducen más que a excitar el miedo y el
desaliento, tales como la predestinación, escaso
número de los elegidos, la dificultad del camino
de la salvación. <((**It2.85**)) y en las
situaciones más difíciles. Cuando queráis infundir
un saludable temor, añadía, hablad de la certeza
de la muerte, de la incertidumbre de su hora;
hablad de los juicios de Dios, de las espantosas
penas del infierno; persuadidles de que basta un
sólo pecado para condenarse. Hay que repetir hasta
la saciedad que el camino del cielo resulta
difícil para quien no quiere decidirse, pero fácil
para el que tiene buena voluntad. Cuando uno se
empeña de veras, desaparecen todas las
dificultades, Dios le ayuda con su gracia y
abundan los consuelos y estímulos: son tantas las
compensaciones, ante una ocasión difícil, que
desaparece el peso de la dificultad. El obstáculo
más fuerte, contra el cual hay que luchar
constantemente, es el de querer servir a un mismo
tiempo a Dios y al mundo. Hay que hacer ver la
utilidad de la verdadera vida cristiana, pintando
sus ventajas temporales y eternas, durante la vida
y a la hora de la muerte, la paz del corazón, las
alegrías de la oración, la concordia en la
familia, el éxito en los negocios, la tranquilidad
de la buena conciencia. Hablemos del paraíso
frecuentemente; pintémoslo de modo que brote en
los corazones el deseo de alcanzarlo 1.>>
Ni que decir tiene cómo aprovechaba don Bosco
estas lecciones. Dados sus deseos de llegar a
saber dirigir las almas en el sacramento de la
Penitencia y llevar a todos a amar a Jesucristo,
puso todo su empeño en el estudio de la moral
práctica, de suerte que aventajaba en ella a sus
condiscípulos. Seguía atentamente las lecciones
del teólogo Guala y de don Cafasso y atesoraba sus
enseñanzas con la agudeza intelectual con la que
luego le veremos idear y realizar tantos
grandiosos proyectos. Pudo tener a su disposición
los trataditos, de
1 Don José Cafasso, por el canónigo Santiago
Colombero. Librería Fratelli Canonica, Turín,
1895.(**Es2.74**))
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