((**Es2.73**)
A más de la Moral daba don Cafasso clase de
Oratoria sagrada. Solía proponer un tema de
predicación, a preparar durante quince días, y
luego lo leía en público aquél que él designaba.
Las composiciones de los demás las leía él
privadamente, anotaba al margen las observaciones
oportunas y las devolvía al interesado. Estaba
convencido de que la predicación era uno de los
medios más poderosos de un eclesiástico para
destruir el pecado. Y aseguraba que, si el pecado
aumentaba entre los fieles, se debía, en parte, al
mismo pueblo, que no oye sermones o no los
practica; y, en parte también, a los mismos
predicadores, que no cumplen bien con su deber,
preparándose dignamente con el estudio de la
teología, la sagrada Escritura, los santos Padres,
la historia eclesiástica, la oración y el buen
ejemplo.
Insistía en que los sermones deben estar
adaptados a la inteligencia del auditorio, deben
ser sencillos en su exposición y su vocabulario,
ordenados, ajenos a toda frase vulgar o plebeya,
respetuosos con los fieles que los escuchan,
breves para no cansar, sin asomos de la menor
alusión personal o molesta, atrayentes por las
comparaciones vivas, tomadas de la vida común y
sus costumbres, abundosos en ejemplos tomados de
la Sagrada Escritura y de la historia
eclesiástica, humildes para dar a entender que el
predicador hace causa común con el pueblo,
colocándose en el número de los pecadores, menos
cuando se trate de la deshonestidad. Era poco
amigo ((**It2.84**)) de
panegíricos y conferencias apologéticas. Decía de
éstas últimas que resultan convenientes en las
grandes ciudades, donde abunden los predicadores
cuaresmales, dadas por conferenciantes dotados de
las correspondientes cualidades para combatir los
errores del día, a fin de que cierto número de
oyentes sepa que la religión tiene sus
sublimidades y sus arcanos, inefables bellezas;
pero afirmaba que, de ordinario, resulta mejor una
catequesis razonada y se alcanza más fruto con una
instrucción bien hecha; y que son más
recomendables las predicaciones y sermones morales
que hacen amar la virtud y aborrecer el vicio y
hablan al corazón, ya que la incredulidad se
asienta más en el corazón que en la mente, y,
sanado el corazón, desaparecen las prevenciones y
retorna la fe. <>.(**Es2.73**))
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