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entrar. Y había quien se montaba sobre los hombros
de algún compañero en el mismísimo umbral de la
puerta...
Don Cafasso llegaba puntualmente a la sala de
estudio, donde se daba la clase. Rezaba
devotamente el Veni Sancte Spiritus, y subía a la
cátedra. Dirigía su mirada al numeroso auditorio y
hacía leer una cuestión del Compendio de Alasia,
con su correspondiente respuesta. Proponía, a
continuación, uno o más casos prácticos,
previamente preparados y ordenados de manera que
abrazaran los distintos aspectos de la cuestión
propuesta, hasta agotar ordenadamente toda la
materia. Invitaba, después, por orden, a dos o
tres alumnos a dar la solución y hacía las
oportunas observaciones a las respuestas
frecuentemente incompletas, contrarias o ajenas al
tema. Y terminaba dando la solución completa, con
palabras justas, precisas, razonadas y tan llenas
de criterio práctico, que era forzoso reconocer en
él al hombre de la razón. Observa don Bosco, a
este propósito, en la biografía que de él
escribió: <((**It2.81**))
cargo de una cuestión, apenas se le proponía;
respondía con tal presteza y exactitud que ni la
más larga reflexión hubiera podido pronunciar
juicio más acertado. Por eso iban todos a porfía a
escucharle, y cuanto más largas eran sus
conferencias y los coloquios con los que iban a
consultarle, era mayor la satisfacción que se
experimentaba y se sentía pena al ver que se
acababa la clase>>.
Poseía, además, el poco frecuente y envidiable
arte de saber amenizar las materias más arduas y
desagradables. Apuntaba a sus labios una sonrisa
que prestaba vida a los temas más áridos y
pesados; sabía exponer con agradables agudezas y
oportunas anécdotas cualquier caso, cuya
naturaleza revestía de constante jovialidad. Sólo
cambiaba de método, cuando tocaba la materia de la
que dice san Pablo <> (ni
mentarlo entre vosotros). Tratábala con sobriedad,
pero a la vez con suficiente claridad; recomendaba
a los alumnos pidieran al Señor que les asistiera
con su santa gracia, y jamás salía de sus labios,
en semejante materia, la menor broma ni aparecía
en ellos una sonrisa; esto producía en todos una
profunda impresión de hombre reservadísimo y
guardián celosísimo de la bella virtud.
Sus lecciones prestaban luz al entendimiento
para conocer bien la moral y estimulaban los
corazones para practicarla. Contaba a menudo la
suerte de presos condenados a muerte o de personas
de costumbres disolutas que él había ganado para
el Señor, concluyendo(**Es2.71**))
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