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la iglesia para ir a la sacristía al tiempo que
estaban predicando. Vio sentados en las gradas de
un altar lateral a unos muchachos albañiles, que
dormitaban en vez de escuchar. En voz baja les
preguntó:
-Por qué dormís?
-No entendemos nada, respondieron; ese
sacerdote no habla para nosotros.
-íVenid conmigo!
Se los llevó a la sacristía y los invitó a
acudir con los otros a su catecismo. Estaban,
entre estos jovencitos, Carlos Buzzetti, Germano y
Gariboldo.
De este modo iba creciendo de semana en semana
el número de catecúmenos, a los que don Bosco
recomendaba siempre que llevaran cuantos más
compañeros pudiesen. Su propósito era conducirlos
a Dios con el cumplimiento de los divinos
mandamientos y las leyes de la iglesia. Se las
componía enseguida para que observaran el precepto
de oír la santa misa los días festivos. Les
enseñaba las oraciones de la mañana y de la noche,
inculcándoles vivamente esta práctica de piedad, y
los iba preparando para hacer una buena confesión.
Desde el principio se les permitió que, al salir
del catecismo, pudieran jugar en la plazoleta que
había frente a la iglesia. Pero, ((**It2.77**)) don
Bosco, durante aquel invierno, se limitó a
cuidarse sólo de algunos de los mayorcetes que,
por ser forasteros en Turín y vivir lejos de la
familia, estaban más necesitados de instrucción
religiosa. Eran en su mayoría albañiles,
procedentes de la parte de Biella y de Milán. El
sacristán ya no tenía nada que oponer, porque don
Bosco, con constante afabilidad y algún regalillo
le había convencido del gran bien que se venía
haciendo. Le hemos conocido ya muy viejo, en 1891,
y guardaba un grato recuerdo de don Bosco. Los
jóvenes adelantaban en el conocimiento de las
verdades de la fe y los resultados morales eran
evidentes y consoladores.
Entretanto don Bosco, con el ánimo que infunde
el verdadero amor al prójimo, iba por la ciudad y
buscaba patronos a quienes recomendar, ora a uno,
ora a otro de sus protegidos, para sacarlos del
ocio y tenerlos lejos del vicio. En el día de
Navidad algunos de aquellos jovencitos recibieron
en su corazón a Jesús sacramentado y la alegría
que se transparentaba en sus rostros se reflejaba
en el corazón de don Bosco, que experimentaba en
sí mismo los consuelos de todos sus queridos
alumnos. El Señor premiaba así la humildad con que
se dejaba guiar en todo.
Porque todo esto lo hizo siempre de acuerdo con
sus Superiores y la anuencia de la Autoridad
Eclesiástica con la que se mostraba
respetuosísimo.(**Es2.68**))
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