((**Es2.59**)((**It2.64**)) Entre
tanto el teólogo Guala, siempre generoso con los
pobres, repartía grandes limosnas en compañía de
don Cafasso, y sirviéndose también para ello de
los residentes, por cuya mano socorría
periódicamente a muchos individuos y familiares
que sabía pasaban grandes apuros. Encargó también
de ello a don Bosco, a quien dio oportunos avisos
y prudentes consejos, a fin de que los pobrecitos
recibieran, con la caridad material, la caridad
espiritual de suaves y amorosas palabras y
cristianas exhortaciones.
Con tal motivo subía don Bosco a buhardillas
bajas, estrechas, tristes y sucias, de paredes
ennegrecidas, que servían de dormitorio, cocina,
lugar de trabajo para familias enteras. Allí
vivían y dormían juntos padre, madre, hermanos y
hermanas, con todos los inconvenientes que son
fáciles de imaginar. Si había un enfermo en cama,
el visitador tenía que saltar, a veces, por encima
de tres o cuatro jergones de paja ya pulverizada y
maloliente por su largo uso, para llegar al rincón
donde yacía el pobrecito, dando diente con diente
por la fiebre o tiritando de frío y dirigirle, en
nombre de Dios, una palabra de aliento. Al
presentarse este ángel consolador, los rostros
macilentos y pálidos de los pobres obreros, de las
infelices madres, de los tiernos chiquitos, se
iluminaban con una dulce sonrisa. íCuántas
bendiciones para don Cafasso y el teólogo Guala
salían de los labios de las pobres madres! Algunas
de ellas, ignorantes de las verdades eternas,
otras alejadas de la iglesia y de los sacramentos
por vergüenza de su pobreza, irritadas y tristes
muchas por la propia miseria, no podían
ciertamente infundir en sus hijos el sentimiento y
la instrucción religiosa de que ellas mismas
carecían. Había otras almas buenas, resignadas a
su indigencia, que lloraban la mala conducta de
sus hijos, pervertidos por los ejemplos del padre
o de los malos compañeros. A veces se hallaban
hombres sin amor a la ((**It2.65**)) familia,
porque la voz de la naturaleza no se percibe, todo
afecto se destruye y los sentimientos más fuertes
acaban por extinguirse, cuando la inmoralidad se
junta con la miseria. Hombres que no se recatan de
blasfemar delante de sus hijos, de burlarse de la
religiosidad de una madre buena y de insultar en
plena borrachera, del modo más villano, y aún
golpear a la compañera que Dios les ha deparado.
El sentimiento de humanidad engendra compasión, la
beneficencia proporciona consuelos; pero sólo la
caridad se sacrifica, y, a través de ese
sacrificio, la religión de Jesucristo obra
milagros. La limosna da derecho a hablar
francamente y esa santa palabra se escucha primero
con deferencia, después conmueve y acaba por obrar
a su tiempo espléndidas conversiones. Todas estas
escenas desfilaban ante los ojos (**Es2.59**))
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