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aguardan con gusto. El intrépido ministro de
Jesucristo continúa sus lecciones de catecismo,
convida a otros sacerdotes y especialmente a sus
alumnos a prestarle ayuda y consigue ganarse el
corazón de aquella gente perdida. Empiezan las
pláticas, siguen las confesiones. Y de esta
manera, por obra de un solo hombre, aquellas
cárceles, que parecían antros del infierno llenos
de maldiciones, blasfemias y otros vicios
brutales, se convierten en morada de hombres que
se tienen por cristianos y que empiezan a amar y
servir a Dios Creador y a cantar alabanzas al
adorable nombre de Jesús>>.
Estos frutos consoladores proporcionan desde un
principio gran alegría a don Bosco, pero no deja
de experimentar, a la par, una vivísima emoción de
espanto y compasión. El ver en las cárceles turbas
de jóvenes y hasta muchachos de doce a ((**It2.63**))
dieciocho años, sanos, robustos, de mente
despejada, que pasan allí sus días ociosos,
plagados de insectos, faltos de pan espiritual y
material, expiando, con una triste reclusión y
remordimientos, los pecados de una depravación
precoz, infunde horror al joven sacerdote. Ve
personificados en aquellos infelices el oprobio de
la patria, la deshonra de la familia, la propia
degradación; ve, sobre todo, almas redimidas y
selladas con la sangre de un Dios, que gimen
esclavas del vicio y en el más evidente peligro de
perderse eternamente.
Buscando la causa de tanta depravación en
aquellos desgraciados jóvenes, le pareció
encontrarla no sólo en haberlos abandonado los
padres en el mismo comienzo de la vida, sino más
aún en el alejamiento de las prácticas religiosas
en los días festivos. Convencido de ello, se decía
don Bosco: -Quién sabe si estos jóvenes hubieran
tenido un amigo que se hubiera interesado
amorosamente por ellos, que los hubiera atendido e
instruido en religión los días festivos; quién
sabe si no se hubieran mantenido lejos del mal y
de la ruina y si no hubieran evitado entrar, y
volver a entrar, en este lugar de castigo? Seguro
que el número de jóvenes encarcelados hubiera
disminuido notablemente. No sería, pues,
interesante, para la religión y para la sociedad
hacer la prueba en lo venidero para bien de
centenares y millares de muchachos? Y rogaba al
Señor le abriese el camino para entregarse a la
obra de la salvación de la juventud. Comunicó su
pensamiento a don Cafasso, el cual aprobó su
empresa y el animó a ella. Con sus consejos y
directrices se dio a estudiar la forma de llevarlo
a cabo, dejando el resultado en manos de la divina
Providencia, sin la cual son inútiles los
esfuerzos humanos.(**Es2.58**))
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