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cárceles, donde se juntan todas las desventuras
que la irreligión y las malas costumbres
desencadenan sobre la triste humanidad. Pues bien,
la divina Providencia había también dispuesto que
don Bosco pudiese ir desde la Residencia a
semejantes lugares para redoblar el ardor de su
celo por la salvación de los muchachos.
El teólogo Guala, hombre de espléndida
generosidad, solía enviar semanalmente a los
presos, sobre todo a los del Correccional, tabaco,
pan y dinero; y se valía para ello de los
sacerdotes residentes que iban allí a enseñar el
catecismo.
Por su parte, don Cafasso, inscrito hacía
muchos años en la Cofradía de la Misericordia, que
contaba con trescientos cofrades, era gracias a su
celo, uno de los ocho elegidos para visitar las
cárceles y atender a los presos en sus necesidades
espirituales y materiales. Bien puede decirse que
en las cárceles se encontraba en su elemento y que
los presos eran sus hijos. La visita a aquellos
infelices era una necesidad de su corazón. Deseoso
de que su discípulo y paisano don Bosco se uniera
a él en el campo de sus fatigas, le llevó a las
cárceles.
Del modo como don Bosco describe el celo
portentoso, desplegado por el venerado maestro en
las cárceles, podemos deducir cuáles fueron sus
primeras impresiones al acompañarle y cómo tenía
sus mismos sentimientos y propósitos.
Escribe don Bosco: <((**It2.62**))
una celda se ríe y se bromea, en otra se canta, se
oyen gritos que más parecen de animales feroces
que de humanas criaturas. Don Cafasso no da la
menor muestra de repugnancia o de fastidio; no da
señales de timidez en medio del numeroso grupo de
encarcelados, cada uno de los cuales hubiera
infundido terror a muchos transeúntes y a la misma
fuerza armada. Don Cafasso se encuentra allí
tranquilo. Y oye maldiciones, contempla riñas,
escucha conversaciones obscenas, siente vomitar
horribles blasfemias contra Dios, contra la Virgen
Santísima y los santos. Ante semejante espectáculo
su intrépido corazón sacerdotal experimenta una
pena indecible, pero no se desalienta. Alza los
ojos al cielo, hace a Dios el sacrificio de sí
mismo y se pone bajo la protección de María
Santísima, seguro refugio de pecadores. La primera
vez que habla a aquel nuevo género de oyentes se
da cuenta de que han llegado a tan increíble
estado, casi hasta embrutecerse, más por falta de
instrucción religiosa que por malicia. Les habla
de religión y le escuchan; les promete volver y
le(**Es2.57**))
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