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de mala manera, reñían, blasfemaban y sostenían
conversaciones soeces, por no decir algo peor, le
representaban al vivo la verdad del sueño tenido a
los diez años, y se persuadía, cada vez más, de
que aquél era el campo que debía cultivar, según
se lo había indicado la venerable Señora, la
Santísima Virgen.
Más de una vez, aquellos desvergonzados
mozalbetes, al ver a aquel sacerdote, que se
dirigía sólo hacia ellos y se paraba para
contemplarlos, se reían de él, pero sus burlas e
insultos resonaban ((**It2.60**)) en el
oído del joven sacerdote como los gritos del
profeta cuando exclamaba: Parvuli petierunt panem,
et non erat qui frangeret eis 1. Los pequeñuelos
piden pan: no hay quien se lo reparta. Por eso
andaba meditando cómo recogerlos en algún sitio,
alejarlos de los peligros, sacarlos del ocio y de
las malas compañías, atenderlos, instruirlos,
hacerles cumplir con el precepto dominical y
encaminarlos a los santos sacramentos. Don Bosco
se daba cuenta de que no asistían al catecismo,
porque nadie los enviaba o vigilaba para que
fueran.
Los párrocos atendían con diligencia al sagrado
ministerio y harto tenían. Los vecinos, en
general, se cuidaban de enviar sus hijos a la
iglesia y muchos los acompañaban; pero había dos
clases numerosas de ciudadanos verdaderamente
abandonados. Empezaba Turín, por entonces, a
crecer: aumentaban las fábricas, y acudían a ellas
millares de obreros, mayores unos y jóvenes otros,
procedentes de la región de Biella y de Lombardía.
Salían de sus pueblos bastante instruidos, pero
una vez en Turín, no sabían adonde dirigirse ni
como presentarse a los párrocos, de modo que
olvidaban las verdades aprendidas y dejaban de
practicar los deberes del buen cristiano. Había,
además, otra parte de la plebe que habitaba en los
barrios más apartados, poco accesibles a los
sacerdotes, lejos de las parroquias, y que vivía
en una gran ignorancia de todo lo tocante a
religión.
Don Bosco, pues, se encontraba frente a un
campo vastísimo abierto a su celo; pero recordaba
la prudente máxima de San Francisco de Sales:
<>, y aunque
con un poquito de santa impaciencia, esperaba la
hora establecida.
((**It2.61**)) Pero el
cuadro de la desolación y de la ruina de los
jovencitos, faltos de religión y víctimas de los
malos ejemplos, aún no estaba en la mente de don
Bosco. Todavía le faltaba conocer los hospitales,
entrar en las míseras viviendas de los pobres,
penetrar en las
1 Lamentaciones IV, 4.(**Es2.56**))
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