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CAPITULO VI
LASTIMOSO ESPECTACULO DE LA JUVENTUD DESAMPARADA
-DON BOSCO VISITA LAS CARCELES -AYUDA A LOS
POBRECITOS -TRISTE CUADRO DE LAS MISERIAS HUMANAS
-PROFECIA DEL VENERABLE COTTOLENGO
LA misteriosa llama que impulsaba a don Bosco a
cuidarse de los muchachos, se inflamó en su
corazón al llegar a la Residencia Sacerdotal y
contemplar la miseria y abandono de tantos jóvenes
en la capital piamontesa.
En verdad, es un espectáculo más lastimoso el
de la juventud de los grandes centros y ciudades
populosas que el de los muchachos de los pueblos
campesinos. Al pasar junto a talleres y fábricas,
fácilmente se oyen palabrotas de doble sentido,
canciones lascivas, maldiciones y burlas; y, entre
las voces de los mayores, se oye también la de
algún muchacho que, a veces, golpeado y maltratado
por un patrón inhumano, llora, se enfurece, se
embrutece y alimenta pensamientos de odio y de
venganza. Al pasar junto a las casas en
construcción se encuentra con chiquillos de ocho a
doce años, necesitados todavía de los cuidados y
caricias de una madre, que pasan el día lejos de
su pueblo natal, al servicio de los albañiles,
subiendo y bajando andamios poco seguros, con sol
y con lluvia, a todo viento, cargados con cubos de
cal, de ladrillos u otros pesos, subiendo por
escaleras de mano, sin más ayuda educativa, que
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vulgares reprimendas, o algún golpe o trozo de
ladrillo lanzado contra ellos por todo aviso,
cuando no un pescozón acompañado de blasfemias. Se
encuentran muchachitos, cubiertos de harapos,
cuyos padres, por negligencia, pereza o vicio, los
envían o los echan a la calle. A veces así lo
exige la misma necesidad de un trabajo o de
cumplir un encargo y de poder cerrar la pobre
choza, para asegurar, durante la ausencia, los
míseros enseres que hay en ella. Frecuentemente es
algo previamente calculado: se obliga a los
chiquillos a pedir limosna a los transeúntes,
acostumbrándolos de este modo a la mendicidad y
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