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sentado a su mesa de trabajo, con la cabeza algo
inclinada y atormentado por dolores reumáticos en
las piernas. Por la alegre y cordial acogida que
le dispensó, advirtió don Bosco que don Cafasso le
había hablado de él favorablemente. Le asignaron
una habitación amueblada con sencillez, pero
limpísima, de acuerdo con la limpieza y el orden
que reinaban en aquella Casa, como muestra
exterior de su orden espiritual y moral.
Al atardecer, ya estaban en casa todos los
nuevos y los antiguos residentes. Formaban grupos
por uno y otro lado. Recordaban las relaciones
empezadas en el Seminario. Se contraían otras
nuevas. Y en conversaciones animadas, sin
bullicio, aguardaban el toque de campana. Entraron
en la capilla, llegó el rector y con una expresión
de recogimiento y alegría entonó el Veni Creator.
Quedaba abierto el año escolástico. Durante los
primeros días se explicaba el reglamento, que era
breve, lleno de moderación y redactado de tal
forma que era posible observarlo aún fuera de
comunidad, para estimular a los sacerdotes a
seguirlo en medio del mundo, cuando fueran dueños
de su proceder. Eran prácticas de comunidad las
oraciones de la mañana y de la noche, la
asistencia a la misa, para los que todavía no eran
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sacerdotes, con el canto de alguna loa sacra antes
de la comunión; la visita al Santísimo Sacramento,
el rezo de la tercera parte del rosario, media
hora de meditación y un cuarto de hora de lectura
espiritual. Era preceptiva la confesión semanal,
la mortificación de los viernes, el silencio fuera
de las horas de recreo, el ejercicio mensual de la
buena muerte. Había dos conferencias o clases al
día y estudio en común; paseo por la tarde, de dos
en dos por regla general, evitando los lugares más
frecuentados de la ciudad y con prohibición de
asistir a espectáculos públicos o de sentarse en
los cafés.
Es de notar cómo don Bosco adoptó después en
sus casas, particularmente en los colegios, las
antiguas prescripciones estatales respecto a las
prácticas de piedad; y cómo añadió para sus
Salesianos las de la Residencia Sacerdotal. Esa
era su vida: un continuo aumentar los
conocimientos prácticos, un aprovechar la
experiencia de los mayores, un acumular medios
para alcanzar la meta que le señalaba la Divina
Providencia.
El teólogo Guala exigía la observancia del
reglamento con todas sus prescripciones. No había
establecido ningún castigo para los transgresores,
dado que los residentes debían ser tratados como
hombres y no como niños; mas, si alguno, después
de ser avisado varias veces, no obedecía, se le
insinuaba que fuera a vivir a otra parte.(**Es2.50**))
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