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((**Es2.47**) -Tenéis ciencia? -He asistido a pocas escuelas y no me cuento entre los sabios. -Tenéis medios materiales? -No, no tengo más que el pedazo de pan que por caridad me da mi amo cada día. -Tenéis iglesias? Tenéis casas? -No tengo más que una baja y estrecha habitación que me permiten usar por caridad. Mi ropero es un simple cordel sujeto de una pared a otra, en el cual cuelgo mi vestido y mi ajuar. -Y cómo queréis emprender una obra tan gigantesca sin un nombre, sin ciencia, sin haberes y sin sitio? -Es verdad: esta falta de medios y de cualidades me preocupa. Pero Dios, que me infunde valor, que de las piedras suscita hijos de Abraham, ese Dios es quien... ((**It2.48**)) -Amáis a la Virgen? Al llegar a este punto, don Bosco suspendió el diálogo, describió el semblante del joven, el brillo de sus ojos al oír esta pregunta, su sonrisa, su respuesta y terminó preguntándole: -Cómo os llamáis? -Felipe Neri, respondió el joven. Don Bosco entró entonces en el tema, exponiendo a sus oyentes la misión realizada en Roma por San Felipe. Ahora bien, cuando pronunció las palabras: -íFelipe Neri!-, más de uno de los asistentes corrigió en voz baja: -íJuan Bosco! íJuan Bosco! Y en verdad, semejantes debieron ser los esplendores de su fantasía, cuando desde las colinas de Superga vio aparecer ante sus ojos la ciudad de Turín. Se sentía animado de tan gran celo y confianza en la ayuda de la Divina Providencia, que estaba decidido a no volver atrás ni ante las mayores fatigas y peligros. En toda empresa que se le proponía, consideraba, primero, su necesidad o utilidad para la gloria de Dios y salvación de las almas y, después, estudiaba los medios a emplear y los ponía en práctica con energía y con la seguridad de que el Señor no le abandonaría. Sólo así podemos explicarnos el bien grandísimo que llevó a cabo. De todas sus obras se puede decir, sin temor a equivocarse, que coepit et perfecit (comenzó y acabó), sin dejar nada a medias, pese a las dificultades y enormes gastos que hubo de afrontar. Además, Dios y su Santísima Madre le habían trazado el camino y le habían preparado a lo largo del mismo, oportunamente, compañeros y cooperadores, que habían de ser de uno o de otro modo sus poderosos auxiliares. El 31 de octubre de 1887 escribía don Bosco a(**Es2.47**))
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