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-Se trata de castigos que amenazan a Francia.
No sólo es ella culpable; también lo son Alemania,
Italia y toda Europa y merecen castigo. Temo
mucho la indiferencia religiosa y el respeto
humano.
Y no añadió más.>>
Hasta aquí la narración de don Bosco.
Es incalculable el bien espiritual que
reportaban los muchachos del Oratorio con estas
narraciones, hechas por un sacerdote que les
hablaba de la Virgen, como si la hubiera visto:
tal era la vida que daba a sus descripciones, no
tanto en las palabras cuanto en el pensamiento.
Los muchachos, que no sabían nada de los sueños de
don Bosco, muchas veces se sentían conmovidos por
sus palabras y entonces repetían su canto
familiar: Somos hijos de María, con fervoroso
entusiasmo.
La fiesta de la Inmaculada Concepción era una
verdadera preparación para la Navidad. Don Bosco
nutría una gran fe por todos los misterios de
nuestra santa religión. Así, para exteriorizar
con toda su alma la devoción que sentía por la
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Encarnación del Verbo Divino, y de excitarla y
acrecentarla en los demás, había solicitado de la
Santa Sede la facultad de administrar la santa
comunión en la capilla del Oratorio durante la
misa solemne de media noche, cantada por primera
vez en ella. Pío IX se la concedió para tres años.
Anunció a sus muchachos la alegre noticia, preparó
e hizo aprender a sus cantores una misa sencilla y
algunos villancicos que él había compuesto en
honor del Niño Jesús y al mismo tiempo procuró
adornar lo mejor que pudo su iglesita. Invitó a
los muchachos y a otros fieles y empezó la novena.
El Arzobispo le había autorizado para dar la
bendición con el Santísimo siempre que lo deseara;
pero sólo en estas ocasiones podía conservar en el
sagrario la Santa Eucaristía.
Grande fue la concurrencia. Supo infundir en
el ánimo de sus pequeños amigos sentimientos de
gran ternura hacia el Divino Infante. Como no
había más sacerdotes que él, por la tarde de los
nueve días confesaba a los que querían comulgar al
día siguiente. Por la mañana bajaba a la iglesia,
con tiempo, para dar esta comodidad a los
artesanos que debían ir al trabajo. Celebraba la
santa misa, administraba la comunión, predicaba;
unos catequistas, por él amaestrados, cantaban las
profecías y se terminaba con la bendición del
Santísimo Sacramento.
La noche inolvidable de Navidad, después de
haber estado confesando hasta las once, cantó la
misa, administró la comunión a varios centenares
de personas y, al terminar, se le oyó conmovido
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