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ción al Reverendo don Agustín Gattino, rector de
la parroquia. Pero no habiendo podido éste
aceptar, por impedimientos que luego se
presentaron, el 14 del mismo mes delegaba al
teólogo Juan Vola.
Don Bosco, que no dejaba escapar la menor
ocasión para excitar en sus muchachos sentimientos
de fe, para demostrarles la importancia del acto
religioso que iban a presenciar, les explicó el
sentido misterioso de la sagrada ceremonia y por
qué se usaba el agua bendecida por el Obispo para
bautizar la campana. Y no dejó de recomendarles
que se prepararan a esta hermosa función
acercándose a los santos sacramentos. El primer
domingo, después de recibida la autorización, el
teólogo Vola bendijo solemnemente su campana. El
regocijo de los muchachos al verla en alto y luego
colocada en el hueco de la espadaña fue grande. Y
más aún, cuando su voz argentina esparció por
largo rato en los alrededores sus ondas sonoras.
En adelante llamaría en todas las fiestas a los
muchachos del vecindario con una eficacia parecida
a la de un sermón. Las madres decían con
frecuencia:
-Cuando toca la campana, la víspera por la
tarde, nuestros hijos ya no pueden contenerse:
piden la chaqueta más bonita y se levantan por la
mañana ((**It2.576**)) muy
temprano diciendo: -Tenemos que ir a comulgar.
La primera ocasión fue la del día de la
Inmaculada Concepción, fiesta que se acrecentó con
la noticia de una aparición de la Virgen en
Francia, en la Salette. Fue éste el tema
predilecto de don Bosco; lo repitió más de cien
veces, no sólo para despertar en los muchachos la
idea del mundo sobrenatural y la devoción y
confianza en María Santísima, sino, además, para
infundir en ellos el odio a tres pecados que
provocan la ira de Jesucristo y acarrean a los
hombres tremendos castigos: la blasfemia, la
profanación de los días festivos y el comer carne
en los días prohibidos. Daba a esto tanta
importancia que narró este hecho milagroso en dos
opúsculos, que publicó en años diversos con más de
treinta mil ejemplares. Podemos nosotros
referirlo brevemente y lo transcribimos con sus
propias palabras. Puede que a alguien le parezca
superfluo, mas no lo creemos así. Entre el número
incalculable de maravillas, que tuvieron lugar en
el curso de los siglos, por obra de María
Santísima, y que don Bosco contaba a sus
muchachos, según nosotros recordamos, espigamos
las que conmovieron el mundo en vida de nuestro
Fundador. De este modo podremos observar la
intervención públicamente manifestada de
la Virgen en la Iglesia Católica y al mismo tiempo
su intervención más escondida, pero igualmente
eficaz, en don Bosco y en el
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