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Al llegar el domingo, dijo a su padre:
-Ya que usted no quiere que vaya con don Bosco,
me iré a dar un paseo.
Y así lo hizo; pero fue por los alrededores del
Oratorio, entró unos minutos y contó a don Bosco
sus amarguras. Don Bosco, le animó:
-Ven, sí, ven: es necesario para el bien de tu
alma: no mientes diciendo que vas a pasear: no te
preocupes, la Virgen Santísima te ayudará.
El muchacho se apresuró a volver a casa y al
preguntarle dónde había pasado la tarde,
respondió:
-He ido de paseo.
Así se comportó durante dos domingos más. Pero
el diablo, no se sabe por qué medio, sopló al oído
de aquel padre brutal que su hijo seguía yendo al
Oratorio. Entraba éste a casa, de vuelta de un
recado, cuando su padre, hecho un basilisco,
((**It2.570**)) le
agarra por un brazo y a grandes voces le dice:
-No sabes que te he prohibido totalmente ir con
esta gentuza que rodea a don Bosco? íComo sigas
yendo allí, el día menos pensado te rompo la
crisma! íVaya con las cosas que os enseña don
Bosco: claro, muy dignas de él! íEnseñar a los
hijos a desobedecer a su padre! íYa verás como
nadie podrá burlarse de mí!
Y aquel padre modelo, tan celoso de su propia
autoridad se metió en el taller renegando y
rezongando, seguido de su pobre hijo a quien tocó
aguantar largo rato los injustos reproches.
Atemorizado por las amenazas del padre y, al
mismo tiempo, ansioso de ir con don Bosco, se
encontraba en dolorosa angustia y pasaba los días
amargado y triste. Llegó el sábado y se pasó casi
toda la noche sin dormir. Pensaba en sus nuevos
amigos, que se divertían en el patio del Oratorio,
mientras él estaba condenado a estar lejos de
ellos; pensaba en la confesión y el comunión que
no podría recibir; pensaba en don Bosco, en su
padre, en sí mismo y se deshacía en lágrimas...
Pero, reanimado por la oración, se levantó, y como
su padre no tenía ningún trabajo que encomendarle,
de buena mañana con mucho frío, porque estaba el
otoño muy avanzado, sin decir nada a nadie, se
dirigió al Oratorio, donde recibió los santos
sacramentos. Lleno de valor, volvió a casa y por
la tarde tornó a ir a las funciones sagradas.
Pero el padre, por primera vez en su vida, le
había vigilado. Al anochecer, volvió el hijo. Y
apenas puso los pies en el umbral de su casa, se
encontró con su padre que, borracho y con una
hachuela en la mano gritaba:
(**Es2.427**))
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