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buena confesión, y le indicó que fuera a llamar al
judío, porque deseaba hablar con él. Quería
asegurarse del montante de la deuda y averiguar si
se podía llegar a un arreglo de intereses, de
acuerdo con la justicia, y sin exponer al hijo
arrepentido a la indignación del padre. Vino el
judío, y don Bosco, después de los saludos de
rigor, se dio cuenta de que no conseguiría nada.
Así que, resueltamente, empezó:
-Con que usted es acreedor de fulano de tal?
-Así es.
-Y de cuánto?
-De tanto.
-Qué interés le exige?
-El cinco por ciento.
((**It2.563**)) -Al
año?
-íAl mes!
Levantóse don Bosco con toda calma, fijó sus
ojos en los de aquel señor con una mirada
penetrante que parecía fulminar un reproche, y
exclamó:
-El cinco por ciento al mes?
Y tomándole elegantemente por las solapas,
repitió:
-El cinco por ciento al mes?
Después, empujándole lentamente hacia la puerta
de la habitación y repitiéndole la misma frase,
puso al viejo usurero en la galería. El
prestamista, aturdido y con miedo a que se
divulgase por la ciudad su sucio negocio, no sabía
qué responder. Don Bosco, con toda calma, le dio
con la puerta en la cara. Apresuróse después a
visitar al padre del pobre estudiante, le contó el
molesto asunto de tal modo que éste recibió bien
la comunicación. Le habló del arrepentimiento del
hijo, rogóle quisiera perdonarlo y le indicó la
manera de devolver al judío lo prestado, aunque no
fuera más que por el honor de la familia.
Consintió el buen padre y pagó la deuda; el
hebreo, todavía bajo la impresión de la mirada y
de las palabras de don Bosco, no tuvo dificultad
en reducir los intereses a una medida más justa, y
el pobre estudiante, perdonado por el padre,
recobró la paz y se hizo mejor. La caridad de don
Bosco abrazaba a todos los que acudían a él.
Pertransiit benefaciendo. (Pasó haciendo el
bien.)
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