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cada clase y descendía a la planta baja para ver
si maestros y alumnos guardaban el orden. Su
presencia era acogida con alegres movimientos de
cabeza y la sonrisa de los chiquillos, que
respondían a la suya, y a la señal de su mano
sobre los labios, señalando quietud y silencio.
Daba un vistazo al patio y los alrededores de la
casa y subía de nuevo a su habitación, convertida
en aula. Estaba a su cargo la explicación del
sistema métrico: con admirable paciencia lograba
meter en las cabecitas de sus alumnos lo que había
escrito en su libro. Los Hermanos de las Escuelas
Cristianas se complacían yendo por la noche a
Valdocco, para observar y estudiar el método por
él seguido para instruir simultáneamente a aquella
turba juvenil. Ellos, que conocían muy bien a don
Bosco y sus escritos, afirmaron más tarde que,
aunque los hombres de ingenio y pensadores
profundos no suelen distinguirse por la tenacidad
de su memoria, él, en cambio, gozaba de una
memoria prodigiosa por un parejo con su ingenio y
con su corazón.
Pero don Bosco no se conformaba con la
instrucción científica; juntamente con el teólogo
Nasi animaba las clases con lecciones de canto
gregoriano y música vocal, que quiso continuaran
dándose siempre. Mucho le ayudó también a ello
don Miguel Angel Chiatellino de Carignano, alumno
en la Residencia Sacerdotal de San Francisco de
Asís, que empezaba entonces a frecuentar el
Oratorio, donde continuó enseñando música por
cerca de ocho años. Era hábil organista y
acompañaba más tarde a los jóvenes cantores en las
iglesias de Turín y en las excursiones ((**It2.562**))
otoñales a Castelnuovo y a I Becchi para la fiesta
del santo rosario.
Por este digno sacerdote hemos sabido que los
estudiantes catequistas, los maestrillos y todos
los demás del Oratorio infundían en el corazón de
muchos chicos, que no iban a Valdocco, el afecto y
la confianza hacia don Bosco; de modo que, a
veces, acudían a él no sólo para los asuntos
espirituales, sino también para pedir consejo y
protección en los líos que imprudentemente se
habían metido. Relatamos, de entre muchos, el
siguiente caso.
Un estudiante universitario se había emtrampado
con un prestamista judío; no sabía cómo salir del
apuro y tampoco se atrevía a pedir a su padre el
dineo que adeudaba, por miedo a que llegasen a
enterarse de su mala conducta. En tan angustiosa
situación, alguien le aconsejó que se presentara a
don Bosco para recibir consejo y consuelo. Fue en
efecto; y don Bosco, aunque no le conocía, le
acogió y escuchó con todo cariño, le exhortó a
apartarse del peligroso camino que había
emprendido, le animó a hacer las paces con Dios,
con una
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