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CAPITULO LVIII
LOS ESTUDIANTES CATEQUISTAS -CLASES DOMINICALES Y
NOCTURNAS -LA FABRICA DE MAESTROS -INGENIO,
MEMORIA Y CORAZON -UN ESTUDIANTE Y EL USURERO
DON Bosco encontró su refugio, pequeño
ciertamente, pero seguro, al arrendar la casa
Pinardi, después de casi dos años de luchas e
inquietudes. Preveía que no le faltarían otros
disgustos y dificultades pero no le importaba: se
sentía apoyado por Dios y la Reina de los Cielos.
Empezó, por tanto, a aumentar el número de
catequistas, pues ya no bastaban para la necesidad
sus primeros y voluntarios ayudantes.
Ya hemos dicho cómo él iba durante la semana a
varias escuelas de la ciudad a dar clase de
religión: a la Puerta Palacio, a la de San
Francisco de Paula y a otras. Pues bien, se le
ocurrió invitar a algunos estudiantes mayores a ir
al Oratorio los domingos para enseñar el
catecismo. Manifestó su idea a los directores de
los centros, rogándoles le indicaran los alumnos
más idóneos para tan nobilísima misión. Algunos
no quisieron darle el permiso que se necesitaba de
la Congregación correspondiente porque no miraban
con buenos ojos al Oratorio, a causa ((**It2.555**)) de los
aires de libertad sectaria que ya empezaban a
dejarse sentir y cuya influencia experimentaban
hasta los buenos. Hubo otros que se prestaron a
ello, como don Bertoldo, director espiritual del
Colegio de Puertanueva, que hoy se llama Máximo
d'Azeglio, el cual era su amigo y siempre le tuvo
en gran aprecio. El buen sacerdote le propuso y
presentó algunos estudiantes de retórica, de los
que recordamos todavía muy especialmente a tres:
Félix Pellegrini, que luego fue distinguido
ingeniero, Valerio Anzino, más tarde sacerdote,
Capellán Mayor de la Corte, monseñor y abad
perpetuo de la Cartuja de Mantua; y el ya nombrado
Francisco Picca, que fue misionero apostólico y
canónigo de la colegiata de Savigliano. Y no
queremos dejar en el silencio a un
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